miércoles, 22 de diciembre de 2010

AGUINALDOS Y PARRANDAS


Alejo Carpentier

Venezuela es el País que puede mostrarse orgulloso de haber conservado, con sorprendente vitalidad y carácter propio, la tradición encantadora de los villancicos, aguinaldos y parrandas, que en un tiempo acompañaron, en todo el mundo cristiano, las festividades pascuales. Y digo que “en un tiempo acompañaron…”, porque sorprende, en verdad, que una costumbre tan grata, fuente de la más tierna invención melódica, propiciadora de las coplas y pastorelas de una deliciosa poesía, haya desaparecido tan completamente de ciertos países donde esa tradición existió hasta fines del siglo pasado. No hablemos ya de muchas naciones europeas donde el villancico se ha vuelto una cosa erudita, remozada cada año con gran trabajo, sobre manuscritos nada dicen ya al pueblo. (Debe reconocerse que los ingleses, en cambio, fueron excepcionalmente hábiles en conservar y hacer cantar, como una suerte de rito pascual colectivo, sus “Christmas Carol´s). Lo raro es que ciertos países de nuestro continente, que recibieron el villancico de mano de los conquistadores y escucharon coplas de Juan del Encina en los tempranos días de la colonización, hayan perdido, de modo tan absoluto, la tradición de los aguinaldos y parrandas. Es inexplicable por ejemplo, que en un país como Cuba, tan rico en fuerzas creadoras de música popular, el villancico haya desaparecido totalmente, sin dejar rastro. Es probable que algún sacerdote músico haga cantar coplas pascuales en algún templo en la Habana o en alguna vieja iglesia colonial, en noche de Navidad. Pero no encuentra ecos realmente en la memoria del hombre de la calle, ni haya resonancia en el holgorio arrabalero de lechón asado y plátano verde. Y sin embargo, mis investigaciones realizadas en la catedral de Santiago, me pusieron sobre la pista de una serie de manuscritos maravillosos, de Villancicos compuestos, a mediados del siglo XVIII, por el maestro de la capilla de música que era criollo. Lo que demuestra que allí la tradición fue tan observada como en México o Venezuela. ¿ Por qué se perdió, entonces ¿ … ¿Y por qué se perdió en tantos otros países de nuestra América? …

En Venezuela, en cambio, el aguinaldo, la parranda, el villancico, son manifestaciones vivientes del regocijo popular en pascuas. Claro está que la admirable labor de recopilación y difusión del villancico venezolano por obra del maestro Vicente Emilio Sojo se es ajena a la pervivencia de la encantadora tradición. Pero hay un hecho cierto. Y es que, independientemente de conocimiento cabal del villancico y del aguinaldo a través de los cuadernos que debemos al fervor del insigne músico, basta que una voz se alce en cualquier parte del País, al son del:

-¡Tun, tun!

-¿Quién es?

-¡Gente de Paz!

Para que un furruco empiece a sonar no se sabe donde y en un coro salido del norte, sur, añada a compás, y en la melodía exacta:

-Ábrannos la puerta

Que ya es Navidad.

La conservación, anotación, difusión, de los aguinaldos, villancicos, y cantos pascuales, donde todavía perdura su tradición en América, es labor que incumbe a los músicos de nuestro continente- Labor en la que el maestro Sojo ha dado orientaciones y ejemplos fecundos. Aún los espíritus más irreligiosos conocen la emoción del canto pascual, que es una de las manifestaciones más auténticas y puras del alma popular (“Villancico” era, originalmente, “Villanela”, canción “a lo villano”, campestre, rústica).

Suerte tiene, pues, Venezuela, de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a anotar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado de perderse, irremisiblemente, en otros países.

Alejo Carpentier / El Nacional
14 -12- 1951.
Tomado de
Letra y Solfa I
Visión de America

2da edición / 1976/ Bnos Aires

lunes, 13 de diciembre de 2010





Entrevista a
Manuel Caballero
 (1931-2010)


Profesor:
Gracias por su pasión ..
QEPD

Manuel Caballero es madrugador. Se le consi­gue fácilmente antes de las siete de la mañana to­mándose un café en la panadería de Santa Fe.


Además, la vehemencia y el tinte personal que le imprime a todos sus análisis son las cartas de identidad de este historiador que gusta de lla­marse “escribidor” mas que escritor.
En ver­dad, más allá incluso del gourmet que hay en él, Caballero ha asumido la escritura torrencialmen­te.
El espíritu barquisimetano que lo habita lo dispone, sin tregua, para el entendimiento de cuanto ocurre ante sus ojos.
La curiosidad de Ma­nuel encuentra cauce en los distintos frentes que atiende: el ensayo, la crónica periodística, la do­cencia, el humorismo, la historia y Hanni Ossott (la poeta y ensayista con quien está casado desde hace algunos años). Si la poeta indaga en los ve­ricuetos de la nocturnidad Manuel es todo lo con­trario: busca la luz como un topo que, súbita­mente, desea dejar de serlo.


Del afán por comprender, por explicarse, nacen últimamente varios títulos: El discurso del de­sorden, Las Venezuelas del siglo veinte, un en­sayo sobre el General Gómez y El orgullo de leer. Algunas de las luces que el autor ha dejado prendidas son las que iluminan la conversación siguiente.


¿Cuáles títulos incluiría en una Biblio­teca personal para la comprensión de Ve­nezuela?


Toda escogencia es un reto y toda antología es una mutilación. Con esto no digo nada original, pero sí algo cierto. En todo caso, no puede re­flexionarse sobre Venezuela sin referirse a algu­nos autores, pero, debo aclarar que yo, Manuel Caballero, no puedo responder a esta pregunta sino desde un punto de vista estrictamente per­sonal. La Historia Constitucional de Gil Fortoul es fundamental. Esta historia reúne el rigor cien­tífico y la buena prosa, dos ingredientes difíciles de conseguir. Luego, creo que los libros de Vallenilla Lanz, en particular el Cesarismo Demo­crático, tienen las mismas buenas características de Gil Fortoul. Aunque alejado de mí en cuanto a concepción de la historia pienso que El Regente Heredia de Mario Briceño Iragorry es un libro, también, fundamental. Es posible que Don Mario sea menos denso que los anteriores en cuanto a su posición historiográfica, pero sí es superior literariamente. Incluyo, por supuesto, a Mariano Picón Salas con toda su obra y, básica­mente, con Comprensión de Venezuela. Hacia estos autores tengo una particular debilidad por­que, evidentemente, mi género literario es el en­sayo.


En anteriores oportunidades le he oído continuar la lista del ensayo con J. M. Briceño Guerrero y Juan Nuño. Del pri­mero, ¿se refería al Discurso Salvaje?
No, para nada. Me refería sobretodo a su úl­timo libro Amor y terror de las palabras porque es un modelo de ensayo. Es decir, allí el ensayo es una reflexión en la que te paseas a través de los géneros sin aferrarte a ninguno en particular. Además, la lista continúa con Francisco Rivera que es una de las primeras plumas de este país. Su ensayo sobre Malcolm Lowry es magistral; y aunque en menor grado, el de Pessoa. Lo que logró con Lowry no lo logra enteramente con Pessoa: éste se le impuso.


El ensayista e historiador que hay en us­ted ¿qué piensa sobre la Venezuela de hoy?


A medida que pasan los años se combinan en mí dos actitudes; el optimismo y el escepticismo. Esta combinación se da también en mi escritura desde hace unos años. No se puede decir que Venezuela no haya avanzado nada, que esté en el suelo, porque eso no es así. Si compara al país “que era” con el país “que es”, el cambio es impresionante y no creo, como se cree comúnmente, que todo se lo debamos al petróleo. Tan sólo ver cómo hemos soportado la crisis actual es indicativo de una ac­titud bastante positiva. Por otra parte, desconfío de cierto discurso político, por lo general gran­dilocuente que, entre otras razones, ha hecho que el pueblo venezolano se desprecie profundamen­te. Esto está demostrado con encuestas y traba­jos de investigación: los venezolanos nos des­preciamos profundamente.


Nuestro carácter hispano contribuye mu­cho al cuadro del auto-desprecio.


Si, pero al lado de aquel discurso político, ac­tualmente contribuye mucho con esta actitud au­to despreciativa de Arturo Uslar Pietri.
¿Cómo?
El insiste demasiado en nuestras lacras y tie­ne una audiencia muy grande. Más aún hoy, cuan­do nadie puede pensar que busca poder personal o que tiene aspiraciones presidenciales. Pero te lo digo con toda franqueza, tengo una tremenda desconfianza hacia esa actitud de Catón. Es una actitud necesaria, pero pierde su objetivo y se transforma en pesimismo estéril cuando se hace sistemática. Con estas afirmaciones no persigo destacarme por el escándalo al enfrentarme a la actitud de un hombre que todo el mundo acata. Pero como ya yo no soy un jovenzuelo, espero que se entienda que no apelo a esto para lograr notoriedad. Además, esta opinión sobre Uslar no invalida para nada la estima intelectual que tengo por él; y que conste que esto no es un saludo a la bandera. Hay un Uslar que admiro y otro que no me dice nada: el Uslar de la tele­visión, de Pizarrón. En cambio, admiro el Uslar de los cuentos y el de Las lanzas coloradas.


El Uslar de las crónicas de viajes es en­cantador.
Sí, es cierto, es muy grato. Uslar es más gran­de cuanto más se despoja de su propio bronce.


Uslar no está solo en lo del pesimismo. También tuvo esa actitud Pérez Alfonzo y, hoy día, Liscano también es escéptico.


El pesimismo de Uslar es fundamental, esen­cial y el de Pérez Alfonzo fue, digamos, casuísti­co, coyuntural y, en todo caso, la audiencia de éste fue menor que la de Uslar. El otro que citas es distinto. En Liscano hay una contradicción en­tre su pesimismo y su actitud vital que es de un incontenible optimismo. Cuando alguien lee a Liscano piensa que es un viejo engrinchado, pero cuando ves cuánto es capaz de entusiasmarse, surge su contradicción. A mí me simpatiza mu­cho la actitud de Liscano: la contradicción per­manente entre pesimismo y optimismo me re­sulta muy atractiva.
Regresando a su biblioteca personal ¿La forman otros géneros aparte del ensayo?
En el terreno de la poesía pienso que los más grandes de toda la historia poética venezolana son Ramos Sucre, Gerbasi, Sánchez Pelaéz y Cade­nas. Estos son los fundamentales. Debo adver­tirte que nunca he sido un gran lector de poesía y además, es posible que en mí ocurra algo muy común entre los escritores, es decir, que les es difícil reconocer el talento de quienes son meno­res o, simplemente, no se interesan por los que vienen después. Una insensatez.
Sí, pero muy común. Aparte de estos cuatro, debo decirte, que me gustan otros poetas, entre ellos especialmente Montejo.
¿Y los narradores?
Pondría en el estante de mi biblioteca Compa­ñero de viaje, Día de ceniza, casi todo País por­tátil, más Cantaclaro que Doña Bárbara y, por supuesto, Las lanzas coloradas, aunque posible­mente sus cuentos tengan más vigencia. También Las memorias de mamá blanca; y Pocaterra y Arráiz en literatura testimonial, junto con José Vicente Abreu en menor dimensión.
Volviendo al pesimismo ¿no le parece que se fundamenta en que América La­tina va, sin salida, en el barco de un populismo de consecuencias insospechadas?


Entre quienes han planteado últimamente ese problema del populismo en los términos más correctos se encuentra, a mi juicio, Diego Bau­tista Urbaneja, quien rechaza lo de “populismo” a guisa de comodín, si no se aclara antes qué cosa se entiende por populismo. La verdad es que hoy es una moda atacar al populismo. Todos van por ahí. Carlos Rangel, Mario Vargas Llosa y Octavio Paz aparecen hoy como los teóricos del ataque al populismo y los demás se van nave­gando cómodamente tras estos dos últimos nom­bresotes. En lo que me concierne, como escribi­dor me he opuesto durante años al movimiento político que en América Latina y particularmen­te en Venezuela se conoce como populismo. Pero por moda, no lo haré. De tanto hablar de eso, hoy no se sabe qué diablos quiere decir “popu­lismo”. En principio, la voz proviene de pueblo, y hoy por hoy lo que en el fondo sostienen los teóricos del antipopulismo es que ha llegado el momento en que la chusma, el pueblo, dejen de opinar, dejen de “meterse en política”.


¿Usted cree que eso es lo que plantean Paz, Rangel y Vargas Llosa?


Por lo menos es lo que han percibido los que se apoyan en ellos.
¿Acaso las realizaciones del populismo no son lo suficientemente desastrosas co­mo para que nazcan tesis contrarias?
Tienes que decirme primero qué es populismo. Vargas Llosa en Perú ¿qué fue lo que hizo, a quién le hablo?, ¿ no utilizó el discurso popu­lista, también? Entonces, el problema es otro.
Como escritor venezolano ¿cuán lejos está la profesionalización de éste en el país?
Reflexionando sobre mi vida como escribidor he llegado a la conclusión siguiente: escribir no es una profesión ni un oficio, es un destino. Abel Posse en su discurso cuando le dieron el premio Rómulo Gallegos dijo algo que me ha hecho pen­sar, dijo que la profesión del escritor no conoce vacaciones, día feriado ni jubilación. Es decir, hasta el momento de la muerte el escritor estará buscando una palabra. En este sentido es un destino. Cuando estudiábamos quinto año de ba­chillerato nos preguntaron a Rafael Cadenas y a mí qué deseábamos ser en el futuro. Respondí, ingenuamente, que quería ser escritor y Rafael dijo: “quiero ser un comunista toda mi vida”. El ya era un escritor, yo no. Sin embargo, desde que me conozco estoy escribiendo y puedo de­cir que he fracasado en todos los órdenes menos en éste. Pero, ¡cuidado!: no estoy pretendiendo con esto ser un escritor “exitoso” sea comercial o “artísticamente”. Lo que quiero decir es que escribir es lo que mejor se me da.
Sus alumnos dicen que es un buen profesor.
No sé; no creo, o por lo menos no siempre: como suele suceder, debo haber sido inicialmente un profesor bastante malo, por lo inseguro; y además nunca he servido para estar dándole lec­ciones a nadie: es una actitud que me repugna. Tampoco me he interesado en tener discípulos, aunque algunos alumnos me recuerden todavía con cariño y lo que es más importante, con es­tima.


El Caballero investigador ¿de dónde viene?


El galán, el seductor que siente atracción por la mujer, o por el trabajo que lleva al logro de la mujer, a medida que pasan los años se va dan­do cuenta de que todo lo anterior al orgasmo tiene un encanto extraordinario. Lo que te quie­ro decir con toda esta paja erótica es que mi pa­sión es entender y hacer entender a un lector eventual lo que he reflexionado y en esto, antes de esto, está la investigación.
Ahora bien, a mi un archivo como tal me im­porta poco, pues, para seguir con el mismo sí­mil, son tan estériles como para el hombre nor­mal las revistas de desnudos. Tú no vas a un ar­chivo sin saber qué estás buscando. Tú vas allí a interrogar un documento; sabes qué te propones, previamente.


Su trabajo sobre Betancourt, un ensayo sobre Gustavo Machado y otro acerca de la personalidad de Gonzalo Barrios hacen evidente su interés por los personajes. ¿La biografía o la novela están entre sus proyectos?


Entre mis proyectos inmediatos está escribir una biografía de Juan Vicente Gómez. Tiene in­gredientes tentadores, incluso su intimidad, quie­ro decir su falta de.
¿Y las Confesiones imaginarias de Ra­món J. Velásquez?


Es un libro muy bueno. Siempre he dicho que debería conocerse más fuera de Venezuela. Es un libro brillante, pero no es la biografía de Gómez, ni tampoco pretende serlo: es, en cual­quier caso, la biografía de Ramón J. Velásquez… Ese es Ramón Velásquez, y por eso es un libro excelente. Pero yo me imagino escribiendo una cosa muy distinta: para comenzar, ni soy andino ni viví el gomecismo…


Fuente: 1986 Fuente Prodavinci
Imagen: Autoretrato con Rafael Cadenas y Manuel Caballero. 2007

Alberto Grau y la música como único destino

Por Rafael Arráiz Lucca .

" El lector sabrá dispensar el trato que le profeso a Alberto Grau en esta entrevista, pero nos conocemos desde hace años y sería una impostación que nos tratáramos de usted. Ocurrirá igual en otros casos de este libro de testimonios, pero, si el lector viene leyéndolo secuencialmente, pues, hallará esta variación que advierto, por primera vez.

La pareja de músicos formada por Alberto Grau y María Guinand puede decirse que constituye una institución nacional. Lo que ambos han hecho por el movimiento coral venezolano no tiene antecedentes en toda nuestra historia. Han fundado la legendaria Schola Cantorum y la Cantoría Alberto Grau, ambas merecedoras de los más prestigiosos premios del mundo. Igualmente, crearon el Movimiento Coral Cantemos, que agrupa a los coros fundamentales del país. La discografía de ambos se pierde de vista. Y la labor pedagógica de Grau no tiene parangón en nuestra historia musical. En esta oportunidad, el lector podrá enterarse de facetas de la vida y la obra del músico que antes, probablemente, no habían sido ventiladas.

¿Naciste dónde?

Nací en Cataluña, el 7 de noviembre del 37, en plena guerra civil española, para ese entonces.

¿En cuál región de Cataluña?
Nací en la provincia de Barcelona, pero en una ciudad que se llama Vic, casualmente mi padre era de Barcelona, pero en estos tiempos de guerra estaba él sirviendo con el ejército republicano y, a consecuencia
de su convicción y de su manera de pensar, tuvo que huir a principios del 38; y yo con mi mamá, contando yo con 16 meses, nos reunimos con él en Andorra y luego nos fuimos para Francia. Para aquella época, en pleno invierno, mi mamá tuvo que atravesar los Pirineos a pie, conmigo en brazos, y ahí empezó toda una odisea de tener que soportar toda una segunda guerra, la guerra mundial en Francia. En un principio en una pequeña ciudad del sur, y luego estuvimos los últimos años en Burdeos. Y de Burdeos, en cuestión de una semana, mi papá logró hacer unos contactos y en el año 48, en plena posguerra, pudimos llegar a Venezuela.
Tenías 11 años. Sí, no los había cumplido.

¿Cómo escogió tu padre a Venezuela?

Ahí está el asunto, no fue una selección, nosotros caímos aquí como hubiéramos podido caer en cualquier otra parte del mundo.

¿Por casualidad?

Por casualidad, porque esto fue lo que se nos ofreció, posiblemente mi papá hubiera preferido, porque le sonaba más, Argentina, Uruguay o México en aquellas épocas, pero la verdad es que creo que no pudimos caer en mejor país. Inclusive, muchos amigos nuestros, después de pasar por Santo Domingo, México, llegaron aquí, muchos catalanes incluso, de estos catalanes insignes que hubo en aquella época, los Pi Suñer, Bofill, todos esos catalanes que nosotros conocemos.

¿Y a qué se dedicaron tus padres acá?

Pues, fíjate, nosotros llegamos aquí muy pobres…

¿Eres hijo único?

Sí, hijo único, la masa no estaba para bollos en aquella época, de hecho ya fue toda una odisea el tener que levantar un niño con aquellas condiciones, que fueron terribles, aun cuando a otros todavía les fue peor. Muchos españoles terminaron en campos de concentración alemanes, fue una época que recuerdo con mucho terror, todavía me quedó en la memoria el paso de los soldados cuando iban marchando por las calles haciendo sus rondas con los toques de queda.

¿Allá en Burdeos?

En Burdeos y en el pequeño pueblo donde nosotros vivimos antes de llegar a Burdeos. Recuerdo sus perros lobos con un gran miedo, era un miedo que se reflejaba en todos nosotros, fueron unos años muy complicados, muy complicados. Y llegamos aquí y al principio mi papá hizo de todo, fue pintor de brocha gorda, luego, como había trabajado en los teatros en Barcelona, terminó siendo jefe de utilería del Teatro Municipal y del Teatro Nacional, pero mientras tanto practicamos hasta la buhonería cuando llegamos aquí a Venezuela. A los trece o catorce años, yo iba con mi mamá a los mercados a vender así en la acera, y los primeros años fueron difíciles porque llegamos realmente aquí muy pobres, con unas maletas sin nada, pero afortunadamente llegamos a Venezuela, y aquí se desarrollaron todos mis estudios de primaria y secundaria y después yo de niño ya tuve una inclinación muy clara hacia la música y caí en manos de muy buenos maestros, porque llegué a una escuela que se llamaba Escuela Preparatoria de Música, que dirigía Juan Bautista Plaza y ahí tuve clases con él, con Ángel Sauce y luego pasé a la escuela que llamaban Superior de Música que era la que dirigía el maestro Sojo y estudié con él. Después tuve la suerte de estudiar aquí con Gonzalo Castellanos y yo podría decir que mi formación principal, aparte de un año que estuve en Inglaterra y de unos cursos que hice en Bologna con Servio Schelividaqui, es básicamente venezolana, y considero que ha sido muy buena, tanto en composición como por los profesores que tuve de piano.



Tuve una gran suerte porque pude, aparte de eso, tener unas posibilidades que difícilmente se encuentran en cualquier otro país del mundo, que hacía que un muchacho a los dieciséis, diecisiete o dieciocho años, empezara a dar clases de piano, a trabajar para ayudar a mi papá en los teatros, ahí tenía oportunidad de asistir a los espectáculos de grandes compañías de zarzuela, de ópera. Entre los años 50 y 60, fue una época en donde aquí venían los mejores cantantes del mundo y con unos sueldos que para nosotros eran risibles, teníamos un bolívar que creo se cambiaba a 3,40 por dólar.

¿Y tus padres regresaron a España en algún momento?

Mi papá decidió que él quería regresar, como había caído Franco, quería regresar a su Cataluña, pero él no se dio cuenta de que de los amigos que tenía unos habían muerto, otros habían hecho su vida y ya no se entendían prácticamente, eran ambientes totalmente distintos, y a pesar de los esfuerzos y de la tozudez del viejo y que mi mamá en un principio no quiso acompañarlo, al final mi mamá se fue para allá con él, pero no resistieron ni un año y regresaron. Aquí conocieron a sus primeros nietos y aquí están enterrados los dos.

¿Cómo ha sido tu relación con España?

El año pasado estuvimos un año sabático con María y con los dos niños en Barcelona. Trabajamos en varias partes de España, y en Barcelona yo tuve hasta la oportunidad de fundar un coro, y luego de dirigir un coro de cámara del liceo de Barcelona, montaron unas composiciones mías y nos fue relativamente bien, pero siempre teniendo claro que regresaríamos, nunca hasta este momento nos hemos planteado irnos. Ante esta disyuntiva en que están tantísimos venezolanos, cuando tenemos la inseguridad y la angustia de no saber qué pasará en el país, y que tenemos esta puerta de entrada a otro lugar, donde no existan estos peligros y estas situaciones tan violentas y tan desagradables como las aquí vividas, mantenemos la intención de resistir hasta donde se pueda, digamos que no está planteada hoy en día la idea de irnos, aun cuando Luis, que tiene ya veinte años, hizo un año de universidad y Mercedes, que tiene dieciséis, estuvo un año allá en un colegio y le fue bien, se asimilaron. Pero es indudable que tanto ellos como nosotros nos sentimos mucho

mejor aquí a pesar de todas las bonanzas y de lo bien que nos fue. Yo tengo parientes allá, tengo familia y todos son muy cálidos, amorosos con todos nosotros y desean que nos quedemos allá, pero realmente aquí también tenemos familia y amigos, y toda la labor que hemos podido desarrollar, y el país sigue siendo espectacular, algo indescifrable, que se sale de todos los parámetros de lo que es el resto del mundo, a pesar de todo.



Y una vez que tú saliste de dieciséis meses ¿a qué edad regresas de visita por primera vez a España?, ¿hace muchos años?

Sí, regresé a los veintiséis o veintisiete años, estando Franco todavía vivo, y regresé con una coral de la Universidad Católica, en la que yo cantaba, la dirigía Gonzalo Castellanos, yo era así como tenor segundo. Fue en el 67, lo recuerdo, fue justamente el año del terremoto de Caracas, que nos agarró en Roma y aquello fue un desastre, todo el mundo llorando, fue algo espantoso y recuerdo que terminamos la gira. Antes de Roma habíamos ido a España, y fue la primera vez para mí. Fue algo muy emotivo, porque nunca había regresado y mi papá durante toda mi infancia y juventud me hablaba de España, especialmente de Barcelona y de Cataluña con el síndrome del desterrado, que es algo enfermizo, él no podía hablarme de las costumbres, de las tradiciones, de la diagonal, de la belleza de Barcelona, sin que afloraran las lágrimas, porque él estaba seguro de que él no volvería a España, y yo siempre consideraba que era como muy exagerado, aquello me sacaba de quicio, qué fastidio, porque siempre venía, me cantaba una canción, lloraba, era una situación realmente de una persona que ha sufrido mucho y cuando regresé me llevé una gratísima sorpresa porque mi papá se había quedado corto en algunas cosas; descubrir aquello fue algo muy bonito.
Y de aquella España a la que tú vuelves y la España de ahora hay muchos cambios…

Hay muchos cambios, hay un abismo gigantesco y no digamos que todo para bien, me parece que la España de hoy en día, desde el punto de vista social y económico, ha mejorado en muchas cosas, pero en otras se pueden hacer grandes críticas. Me refiero a esta democracia descontrolada y luego toda una juventud en donde proliferan las drogas, un descontrol enorme, que no considero que sea mucho mejor que lo que les pudo dejar en ese aspecto Franco, digamos que Franco, aparte de la libertad que nos fue coartada y negada, en otras cosas tal vez era demasiado estricto.

Un país muy pobre, también.
Terriblemente pobre, pero digamos que ahora se fueron al otro extremo y considero que eso es tan exagerado que tal vez hasta fue por la represión que tuvieron durante tantos años. Hay como una especie de vulgaridad por todos lados. Por otra parte, el español en líneas generales es muy simpático, muy agradable, muy alegre, se parece bastante a lo que somos nosotros aquí, digamos que la opción, si no existiera Venezuela, sin duda alguna sería España.
Aunque España también es muy variada, de pronto nosotros nos parecemos más a los andaluces, a los extremeños y a los vascos, por decir algo.
Es posible, y a los mismos catalanes. Aunque estas diferencias son un poco exageradas, nosotros pudimos estar en otras ciudades importantes de España y la gente también es laboriosa y se levanta temprano y trabaja, estoy seguro que en el país vasco o en Cataluña también existe otro tipo de personas que se parecen tal vez un poco más a los andaluces o a los españoles. España está muy mezclada.

¿Estudiaste bachillerato aquí en Caracas, en qué colegio?

Aquí en Caracas, en el Fermín Toro.
Ah bueno, de los mejores liceos que había.
Sí, porque nosotros vivimos bastante tiempo en Catia, cuando llegamos aquí vivimos en la subida del Manicomio que llaman, por allá al lado de Lídice. Nosotros no llegamos a Caracas directamente, a nosotros nos recogieron en unos autobuses y nos llevaron a un sitio que se llamaba El Trompillo, creo que es en el estado Guárico.

¿Llegaste con un contingente de inmigrantes?

Sí, en un barco muy pequeño que se llamaba El Cairo y creo que aquel fue el último viaje que hizo. Llegamos allí y de El Trompillo entonces pudimos venir a un edificio que había por allá por San Juan, que no recuerdo exactamente cómo se llamaba, pero que era otro lugar de estos de recepción de inmigrantes y ahí mi papá consiguió algo para vivir ya en la subida del Manicomio, nosotros vivimos en Gato Negro, luego a través del Banco Obrero conseguimos un apartamento en El Cuartel, que ellos llamaban Ciudad Tablitas, y después ya pudimos ir como superando etapas y terminamos viviendo en el barrio El Cementerio, y después cuando me separé de mis padres tenía veinticinco años, fue cuando me casé por primera vez, me he casado tres veces en Venezuela y de esos tres casamientos, del primero tengo una hija que tiene hoy 37 años; Gonzalo que es hijo de Isabel Palacios, que ya tiene 30 años, que es músico, que vive ahora en Nueva York; y estos dos niños, Luis y Mercedes que son hijos de María.

¿Tu primera hija es músico, también
Ella no, ella se graduó en la Católica de comunicador social y después hizo una maestría en Escocia en fotografía y vive en Cali, y se dedica a dar clases en una universidad de allí.

¿Y en Barcelona es evidentísima la presencia de la música y de los grandes músicos catalanes?
Sí, sí.
¿Son el distintivo de la zona, de la nacionalidad catalana? Yo diría que sí.

¿Habrá influido en algo en ti, en tu profesión de músico, tu ascendencia catalana?

Yo creo que sí hubo una influencia, porque mi abuela paterna fue fundadora del famoso Orfeón Catalán, que hoy en día sigue, es ya centenario.

¿Cómo se llamaba ella?

Angelina Castells de Grau. Y entonces ella cantó ahí y luego un tío, Alberto, también cantaba en el coro de la zarzuela; otro tío, Enrique, cantaba en el coro de la ópera, y mi papá también cantaba. En Burdeos mi papá cantaba en el coro del Teatro de la Ópera de Burdeos.

Una tradición familiar.

Exacto, y yo creo que sí tiene mucha relación con esta vida tan musical y esa cultura, de la cual yo diría que los catalanes se sienten muy orgullosos y que hoy en día es algo ya como muy esparcido. Una de las cosas que me gustaron de España es que hoy en día en todas partes hay orquestas sinfónicas, en todas partes están funcionando teatros de ópera, hay un gran movimiento musical.

¿Y de los compositores catalanes o españoles actuales, hay alguno que te interese particularmente?

Hay una serie de compositores jóvenes de los cuales no podría nombrar a ninguno en este momento, no me acuerdo, pero hacen una labor muy buena, algunos están metidos, sumergidos diría yo, en eso que es la música de vanguardia contemporánea, electrónica, y no creo que tengan el éxito que se merecerían por el talento que hay en cada uno de ellos.

Y luego sí hay un gran movimiento de coros y hay una buena escuela de dirección, hay directores jóvenes de orquesta que se están destacando a escala internacional, tienen lógicamente la posibilidad de hacer cursos en Alemania, en Austria, en Francia, porque la ventaja de vivir en Europa es que tú tomas un tren y te vas por una semana o quince días a cualquier parte y tienes contacto con otras agrupaciones y con otras instituciones culturales. Hay un gran interés y aun cuando tal vez la cultura no está ayudada -como creo que no sucede en ninguna parte del mundo- del todo como se debería, todos esos jóvenes que se están dedicando a la música o al arte pueden, por lo menos, vivir con sus clases, pagar sus profesores y prestar una labor en colegios, en escuelas, sobre todo lo que es más importante para un artista: vivir de su arte.

¿Cómo se llamaban tus padres?

Mi padre se llamaba Luis Grau Castells y mi madre se llamaba Teresa Dolcet y ella era de la provincia de Lérida. Mi madre, todos mis primos hermanos y mis tíos, que todavía tengo uno que vive, eran de origen campesino y fueron, a pesar del trabajo que todo el mundo pasó durante la guerra, los que tuvieron más facilidad para mantenerse, para sobrevivir a aquel caos, porque el campesino siempre tiene una ventaja: tiene su huertico con sus papas, sus tomates y sus puercos. Yo conocí a mis dos abuelos; tenían una casa en donde en la planta alta vivían ellos y abajo tenían un par de vacas, y unos cochinos, y los animales les daban calor. Es increíble, como no existía la calefacción, vivían en estas condiciones. De modo que por parte de mi madre sí tengo esa vinculación con la tierra, de la cual me siento, además, muy contento.

El diálogo llegó a su fin, y me quedé viendo unas partituras adosadas entre dos vidrios que cuelgan a un lado del comedor de la casa de los Grau. Pocas parejas comparten vida emocional y laboral como Alberto y María. Las partituras que cuelgan son dos.

Fuente: Article printed from Prodavinci: http://prodavinci.com/