Caracas, Japón es un país que cabría tres veces en la superficie de Venezuela. En los 2.000 kilómetros cuadrados de Tokio se levantan modernas estructuras, entre milenarios templos y estrechas calles, varias sin aceras. A gran distancia, el contrastante valle de la capital venezolana despliega aún amplias áreas verdes y múltiples formas de vida en el palpitar urbano de cada uno de sus metros cuadrados. Sin embargo, según el criterio del especialista japonés en diseño y estudios paisajísticos, Akira Kuryu, todavía es necesario desentrañar el “alma” de la ciudad
SILVIA LIDIA GONZÁLEZ
Los ojos del arquitecto Akira Kuryu son, sin duda, diferentes.
Más allá de sus rasgos naturales, en el fondo de su percepción vive un mundo de formas y texturas, de construcciones y espacios ligados inevitablemente a cada rincón del planeta, por un concepto interior:
el alma. El representante de la arquitectura japonesa contemporánea pisó por primera vez suelo venezolano, justo el día en que parte del espíritu de Caracas, en la autopista del Este, se venía abajo.
Del aeropuerto de Maiquetía a la sede de la Universidad Central, donde participó en la Semana Cultural de Japón y dictó una conferencia y un taller, el maestro Kuryu reparó en los cerros, las casas de ladrillo, los saturados bloques, las avenidas, los espacios verdes, el Ávila, e inevitablemente llegó hasta el sitio, objeto de una polémica, donde está ubicada la estatua de María Lionza, cuyo torso se fracturó, dejando a la mítica deidad venezolana casi recostada sobre su sagrado tapir.
Sin pretenderlo, la escultura de Alejandro Colina se convertiría en uno de los elementos centrales en las discusiones y talleres que el invitado sostuvo con estudiantes y profesionales en arquitectura de este país. En la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, Kuryu dictó el 7 de junio la conferencia Memoria, ambiente y arquitectura, y motivó el taller Tokio–Caracas.
El principal ejercicio del nipón y sus 30 acompañantes (estudiantes avanzados y profesores de arquitectura) fue recorrer algunos espacios de la capital venezolana.
En el periplo no eludió el tráfico del mediodía, las lluvias vespertinas, el olor a fritanga, la degustación de arepas de reina pepiada y de cachapas con queso, la chicha de arroz, todos esos elementos que ayudan a comprender cómo fluye por sus arterias de barro, teja y concreto, la vida de Caracas.
De ahí, Kuryu comenzó a presentir la intensidad del alma de esta capital, y abrió a los mismos colegas venezolanos la posibilidad de explorar esa vida interior de la gran urbe. Uno de sus ejercicios fue sentarse en la explanada de la Plaza de los Museos y examinar el espacio, atravesado aún por un pedestal que esperaba a la diosa de las montañas de Sorte, imponentemente expuesta por décadas en la Autopista Francisco Fajardo. La plataforma sobre la que autoridades de la Alcaldía Libertador pretendían colocar la escultura de Maria Lionza, retó a la imaginación y proyecciones de los participantes en el taller.
En las propuestas se consideraron los accesos por el parque Los Caobos, la avenida Libertador, la cercanía con el teatro Teresa Carreño, la tradicional celebración de algunos festivales artísticos, el circuito de arte integrado al conjunto de edificios fruto del talento de Carlos Raúl Villanueva, en esos metros cuadrados.
Finalmente, sólo tres proposiciones consideraron que María Lionza debía ser elemento central.
La mayoría coincidió en que había que retirar el pedestal, no pretender apostar ninguna escultura allí, y mantener el espacio vacío para resaltar la fachada de las edificaciones, dejarlos en comunicación, según comentó el mismo Kuryu.
El arquitecto japonés entendió los razonamientos de sus condiscípulos venezolanos, no sólo por el valor urbanístico y ambiental de la Plaza de los Museos, sino por el significado espiritual del objeto que se proyectaba trasladar. Aún los arquitectos japoneses más vanguardistas conservan, en la simbiosis de sus autóctonas creencias repartidas entre el sintoísmo y el budismo, el respeto a la idea de que el omikoshi puede ser un altar que saque a pasear a las divinidades, pero siempre regresarán a su sitio –expresa– porque “el lugar de los dioses es sagrado”.
Las caras de la urbe
La coordinadora docente de postgrados del Instituto de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura de la UCV, Noaín Ginzo, fungió como intérprete y coordinadora del recorrido que el arquitecto y paisajista japonés hizo por la metrópoli venezolana.
El punto de origen fue precisamente la Ciudad Universitaria, reconocida como patrimonio de la humanidad. Los participantes en el taller se trasladaron a lo alto de la torre oeste del Parque Central, que fue el mirador principal para la apreciación del área urbana de Caracas.
De la vista aérea siguió la caminata por la avenida Bolívar, hasta llegar al complejo donde está situado el Teatro Teresa Carreño, donde además de visitar la Sala Ríos Reyna, apreciaron la obra cinética de los Cuadros Vibrantes, de Jesús Soto, y la arquitectura de los edificios que integran el emblemático sector.
La travesía por el Ateneo llevó a los arquitectos a la Plaza de los Museos. Entraron a la Galería de Arte Nacional y al Museo de Bellas Artes, y permanecieron en la contemplación de la explanada.
El recorrido continuó por Maripérez, la Cota Mil y Petare. Desde el Centro Comercial Éxito tuvieron una vista de la parte norte del saturado sector residencial y volvieron por la Cota Mil hasta La Castellana, donde apreciaron el Centro Comercial San Ignacio.
Posteriormente cruzaron el mercado de Chacao, las calles del municipio y su plaza Bolívar, entre el ambiente comercial y viejos edificios. El itinerario terminó en la plaza Francia, de Altamira.
Akira Kuryu quedó gratamente impresionado con la estructura urbana de Caracas y el abundante verdor. Entendió la importancia del Ávila, no sólo por sus características ecológicas, sino como telón de fondo y obligado punto de referencia, como el norte de la gran urbe.
No en vano, observó que la capital tiene pocos edificios que rememoren la historia de la que fuera la ciudad de los techos rojos.
En su recorrido por la capital venezolana, el arquitecto contempló –como él mismo lo expresó– “varias Caracas”. Primero la Ciudad Universitaria, con un alma propia, el alma máter del conocimiento nacional. Luego, el complejo cultural construido por el Estado; la dinámica de los centros comerciales y, finalmente, uno de los sectores que más le llamó la atención: Chacao, que en su percepción tiene un área urbana y un comportamiento distinto.
“Chacao, con el perfil que la han dado los inmigrantes europeos, los españoles y portugueses que habitan edificaciones modestas, de cuatro o cinco pisos, con viviendas arriba y comercios abajo, le pareció un espacio que también se mueve con su propio espíritu urbano”, comentó la arquitecta Ginzo, discípula del académico.
Con alguna reminiscencia de las estrechas calles que conducen a las Ramblas, en Barcelona, Kuryu apreció esa dinámica de pequeña ciudad con ambulatorio, plazas, espacios para niños y ancianos, y en esa cotidiana dinámica de vida peatonal, antigua y comercial, palpó de otra manera algo más del alma caraqueña.
El alma del luga
Aunque es una palabra poco común dentro del rico vocabulario japonés, los arquitectos del milenario Imperio del Sol Naciente comprenden cabalmente la combinación de dos ideogramas:
el que representa al suelo o lugar (chi), y el que significa alma (rei).
La fusión en la palabra chirei, se convierte para ellos en un precepto universal de la arquitectura: “el alma del lugar”.
Según Kuryu, para quienes practican los principios chinos del Feng Shui, construir entre el agua y el viento de las montañas, de alguna manera es una propuesta para armonizar con la naturaleza y el alma de un lugar”.
Más allá de sus recorridos por naciones asiáticas como China, Taiwan, Nepal e India, el arquitecto permaneció un año en países europeos, y ha conocido en América Latina variados paisajes de México, por lo que sostiene que en el mundo entero la arquitectura ha buscado el entendimiento con cada suelo sobre el que se alza.
En su criterio, los antiguos indígenas mexicanos encontraron algo más que un espacio abierto para sus construcciones: “las Pirámides del Sol y de la Luna, están ahí porque ese mismo suelo llamó a los habitantes de la época, había un acercamiento, más que físico, espiritual”, comenta el arquitecto.
La asombrosa precisión técnica y científica de las pirámides que se asocian al tiempo, las cosechas y al movimiento de los astros, se combina, en los casos de las antiguas civilizaciones, con profundas creencias religiosas y espirituales.
“Ahí está ese concepto: el chirei que llevó a los antiguos pobladores a comprender y respetar esos lugares, que han sido centros sagrados”, explica.
Akira Kuryu es profesor de arquitectura y paisajística en la Universidad de Chiba y mantiene siempre ante sus alumnos una lección básica: considerar el entorno antes de empezar a construir.
“Es necesario entender el propósito de la obra, detenerse a contemplar con calma los alrededores y razonar que los proyectos a construir cobrarán un significado en su conjunto, no de manera aislada”, expresa el académico.
Otro elemento importante que el paisajista sugiere es conectar la historia con el objeto, reconocer lo que existe y su valor en la memoria de un pueblo: “El patrón de modernizar cambiando edificios antiguos por nuevos, no siempre es acertado. Si se derrumba un edificio, se puede estar derrumbando un capítulo de la historia de un lugar”, sentencia.
En opinión del maestro, lo mismo sucede con esculturas, escenarios naturales y otros ambientes, que retan a los arquitectos a un profundo conocimiento de su significado para la sociedad donde se encuentran. “Hay que entender –dice– que la arquitectura no es del que paga por una obra, sino de la sociedad, de todo el que camina frente a ella y la contempla”.
El Nacional 04 de julio de 2004.
Obra de Alejandro Colina actualmente resguardada en la UCV |
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