“Raro era el caraqueño que
decía: "Voy a esperar el año en tal o cual parte"; por lo regular,
siempre se hablaba de el "cañonazo". Yo esperaré el
"cañonazo" en la Plaza Bolívar; nosotros esperaremos el cañonazo en
la Santa Capilla o bien en casa. Y era curioso observar que, aun sonando las
doce, nadie hacía nada hasta no oír el estampido del cañón en La Trinidad o en
La Planicie.
Para el caraqueño de época
pasada, sentir el "cañonazo" era la llegada del Nuevo Año con todas
sus penas y alegrías. A muchos encontraba el día primero del año, tranquilos,
indiferentes, y les preguntaba y me contestaban: "Si yo no sentí el
cañonazo; yo estaba durmiendo"; y yo soy de los que si no siento el
"cañonazo" para mi es una noche cualquiera. Efectivamente, mi abuela
me decía: "Lo que soy yo me acuesto temprano porque no quiero oír el
"cañonazo", porque me da mucha tristeza, me trae muchos recuerdos".
En todas partes he estado y en todas partes he recibidos años, pero francamente
puedo deciros, quizás porque soy caraqueño por dentro y por fuera, que ese
estampido del cañón a medianoche, solo, con su voz de trueno, habla mucho.
Despide un año e inicia otro cuando irrumpe el Himno Nacional y brotan de todos
los corazones, en precioso enjambre, el amor a Dios, el amor a la patria, el
amor a los padres, esposas e hijos, el amor a nuestros semejantes, y es como el
momento en que todos tenemos el alma limpia. Y es la voz del cañón. El arma
mortífera de los hombres que seguida por las voces de las campanas, voces de
ángeles, nos recuerda a nuestros antepasados y nos une a todos en el Himno
inmortal de nuestro Bravo Pueblo, que penetra en nuestros corazones, y así sea
en la Plaza Bolívar, en la casa de Dios, en nuestro hogares, todos sentimos con
el “cañonazo” un lazo de unión y confraternidad deliciosa que nos hace más y
más sentirnos venezolanos y alabando a Dios y a nuestro padre Libertador
soñamos en un futuro promisor y una patria venturosa y un porvenir dichoso.
En época lejana, en nuestra
humilde ciudad la torre blanca, los techos rojos y las azules lomas, en el
antiguo San Carlos en La Trinidad, en el ángulo que mira al sudeste, se instaló
un grande y viejo cañón de épocas remotas; negro, solo era como el vigía de la
Ciudad; todos lo respetaban y querían; era como un símbolo para crear un museo.
Este cañón era familiar entre
los caraqueños; no había nadie que no lo conociera. Tenía su personalidad. Y
había chicos que le llamaban “La Cochina”, otras “La Verracas”, y como solo
dejaba oír su voz en Año Nuevo o fiestas nacionales, le decían: “La Casaca” y
de ahí se originó el conocido estribillo de:
La Cochina
La Verraca
La casaca
De tu papá
Por muchos años “La Cochina”
daba el estampido de medianoche en el Año Nuevo y todos los esperábamos.
Al día siguiente eran romería de
muchachos los que nos llegábamos hasta allí, a ver, oler y tocar el consabido
monstruo y a preguntarle al centinela cómo la habían cargado, cómo la habían
prendido, cuánta gente mató, se si oyó fuerte y tantas cosas que preguntan los
chicos.
Cuando llegó el Gobierno de
Cipriano Castro y se levantó en la Planicie la Escuela Militar, instalaron en
el ángulo nordeste dos viejos cañones para las salvas de ordenanzas y a ellos se les encomendó “el
cañonazo de Año Nuevo”. “La Cochina” descansó y no se que se ha hecho. Como
antigüedad, reliquia histórica y mismo como un autentico recuerdo de la ciudad
de Caracas que se nos va, pido un lugar adecuado e cualquiera de nuestros
museos para esta joya de nuestro pasado.
El cañonazo es algo íntimo del
pueblo de Caracas, de una tradición de sus costumbres, y nadie está osado a
suprimir.
Si este año yo no oigo el
cañonazo, diré con la frase hípica: “Ya no hay
nada que hacer”, esto se acabó.
Fuente:
José García de La Concha
Reminiscencias “Vida y Costumbre de la Vieja Caracas”/ 1962
Páginas 149 y 150
José García de La Concha falleció hace unos 40 años a los 90 de edad. Fue guardián de la Quinta de Anauco y su imagen puede verse dándole explicación a una visitante del Museo de Arte Colonial hace unos 45 años.
ResponderEliminarGracias por este invaluable relato por este agradable y barbudo personaje que le legó a la posteridad sus memorias.