Ciertamente disfruté al transcribir esta reseña para ustedes, sentía que el tiempo no ha pasado y que Caracas al igual que siempre ha sido una "ciudad sitiada" como refleja el texto.
Caracas ciudad de la nostalgia, donde es una constante :"todo pasado fue mejor".
Por Juana de Ávila
Elite 1939
“¿Un bombardeo aéreo? ¿se trata acaso de la construcción de refugios para la defensa pasiva? Afortunadamente no… Si estuviéramos en un país europeo, el aspecto que presentan actualmente nuestras calles sería síntoma de que el horizonte está cargado de nubes, y el Gobierno por lo tanto tiene que tomar precauciones para la defensa de los civiles.
Pero.. Esta es América, como dicen los yanquis para hacer resaltar las excelencias de su país, ya se trate de la venta de una pasta de dientes o de la introducción de un nuevo proyecto de la Ley de Neutralidad ante el Congreso Norteamericano.
Esta es América y estamos en Venezuela… afortunadamente! Por lo tanto no se trata de una guerra en proyecto ni nada tan alarmante, sino de una guerra…. Sanitaria. En efecto el M.O.P. ha tomado por su cuenta la tarea de revisar y arreglar los sistemas de cloacas y acueductos de la capital, que bastante lo estaba necesitando. Y los trabajos que se llevan a cabo con tal motivo, son los que dan a nuestra capital ese aspecto de ciudad sitiada, en la que parece que se combatiera en las calles a cada rato, donde las perforadoras imitan el ruido de las ametralladoras y las inmensas máquinas de picar piedras simulan tanques de acero.
Sin embargo, se combate en las calles. Porque no de otra manera, pueden denominarse la lucha diaria de los caraqueños por ir de un sitio a otro, por atravesar los inmensos fosos sobre tablitas que hacen las veces de improvisados puentes. Las armas en este caso, son bastantes inofensivas. Un par de anteojos ahumados, para protegerse la vista de los nubarrones de polvo que levantan picos y palas, un pañuelo blanco para protección de la nariz, contra el mismo polvo y los gases asfixiantes.
Una inmensa voluntad de abrirse paso a codazos y empujones y de defenderse contra el atropello de automóviles, motocicletas y peatones.
La lucha es dura. Salir a la calle en estos días, significa tener que disponer de un caudal de energías que harían de cualquiera de los caraqueños un campeón de lucha libre o de carrera de obstáculos. Dos o tres piernas quebradas y uno que otro caso de contusiones generalizadas, es todo lo que ha habido que lamentar hasta ahora.
Y el tráfico naturalmente, se complica cada vez más. Ir desde las Esquinas de las Monjas, por ejemplo hasta el Panteón Nacional, es algo mucho más dilatado y complejo que hacer un viaje a La Guaira. Llega un momento en que el pobre automovilista, viendo cerradas todas las calles de subida, se encuentra dando vuelta en torno a una misma manzana durante una hora seguida sin lograr salir del laberinto de autobuses y automóviles, peatones y ciclistas. Las aceras, llenas de tierra hasta dos metros de altura, han convertido a todos los caraqueños en alpinistas. Subir a la Silla del Ávila, después de darse un paseo a pie en el centro de Caracas es un juego de niños.
Finalmente, el peatón desesperado, se echa al medio de la calle con gran riesgo de su humanidad y comienza el juego de sortear vehículos.
¿Recuerdan ustedes el juego de la Oca? Pues no otra cosa es el trágico en las calles de Caracas. De pronto se cae en el pozo, y hay que esperar hasta que todos los demás jueguen tres veces seguidas. O se va a dar la cárcel, de donde no se sale sino después de haber pagado una multa. La cantidad de rayas, letreros, flechas y advertencias tienen el mismo efecto. ¿Qué se para usted descuidadamente donde no se debe parar? Pues ha caído usted en la cárcel… o en la Inspectoría de Vehículos..
Un agente de tráfico le dará un papelito indicándole, a veces cortésmente y otras veces… sin cortesía, que no puede usted seguir jugando hasta que no pague la multa. También existe como el juego de la oca, la senda de desvío. Cuando usted desgraciadamente cae en ella, tiene que volver a empezar. Tome usted cualquier calle de Caracas y sígala durante un trecho, para que vean al poco rato se dará, cuenta de que ha caído en el desvío. No hay más remedio, tiene que volver a empezar.
Divertido ¿verdad? Entre tanto se suceden los episodios más o menos fantásticos a que ha dado lugar esta explicación de cloacas y acueductos. Naturalmente que no han dejado de tener su interés los descubrimientos de un sótano o bóvedas, frente al Teatro Municipal que tuvo a toda la ciudadanía cavilando acerca de si sería un refugio secreto de patriotas o españoles, o más bien un sótano en los que los frailes de la Iglesia de San Pablo que en otro tiempo ocupara el sitio que hoy ocupa nuestro Municipal, hubieran enterrado los tesoros fabulosos de la Iglesia en aquellos tiempos. Lo cierto del caso es que el misterio del sótano no llegó a aclararse. Suponemos sin embargo, que el tesoro no llegó a aparecer porque probablemente no existió nunca.
Pero a los venezolanos nos encantan estas historias de entierros y tesoros ocultos y la imaginación popular tuvo alimento para todos los días. El otro descubrimiento, más macabro, de una serie de huesos humanos frente al Capitolio se explicó más fácilmente, ya que se supone que existió allí un cementerio adjunto al Convento de monjas que ocupó ese sitio en otros tiempos. No faltó sin embargo quien hablara de crímenes misteriosos, de asesinatos siniestros ocurridos quién sabe cuándo y la curiosidad caraqueña mantuvo rodeando el sitio donde se hiciera el descubrimiento durante una semana.
Pero los episodios más pintorescos no son estos, sino los que se suceden a diario. Por ejemplo una señora gorda con unos tacones Luis XV, va a travesar un foso y pasar encima de una endeble tablita. Hay que ver la cara de regocijo de los mirones y siendo presa divertida del de la esquina que dice: “Tenga cuidado misia, no se vaya a caer”… Claro está que en el fondo todos sienten el deseo contenido de que la señora se resbale (aunque sin hacerse mucho daño, ya que la malicia criolla no es de mala Ley) y ofrezca un espectáculo gratuito.
De pronto llueve. Y hay que ver entonces el espectáculo de la ciudad convertida en un enorme charco donde hombres y mujeres, viejos y niños se resbalan, se empujan, se enlodan y se salpican. Las caídas se multiplican y el lenguaje no muy florido también, porque ya se sabe que si una caída es divertida para los que la presencian, el que la sufre se siente con ganas de estrangular a todo el que le pasa al lado.
De noche, la visión es fantástica. Porque si bien hay calles en la que cesa el trabajo al caer la tarde, hay otras en las que se trabaja afanosamente con brigadas de repuesto durante toda la noche. Y es de verse entonces en gusano de luz que forman las lámparas eléctricas, colgadas de postes improvisados, entre cuyos anillos los picos van y vienen. Los trabajadores, para no dejarse vencer por el sueño charlan y a veces cantan. Y los vecinos…. Protestan!
El agua corre otras veces formando pequeños arroyos amarillos que bajan de cuadra en cuadra. Es qué se ha reventado el tubo del acueducto y entonces… pobre de los habitantes de esa cuadra!
Porque pasará una semana y otra, el agua brillará por su ausencia, las cosas han llegado a tal extremo en estos escases de agua en algunos barrios, que el Cuerpo de Bomberos se ha visto obligado a llenar los depósitos con sus mangueras en varias casas y a repartir agua por jarras en otras.
La mayoría de las casas situadas en calle de arreglo, presentan un aspecto lastimoso. El polvo lo cubre todo y es inútil que el ama de casa se esmere en limpiar cuidadosamente sus muebles; a la media hora estos estarán revestidos de una capa amarillenta sobre la que se puede escribir. Las cloacas reventadas perfuman toda la calle, penetrando hasta el interior de las casas, y el agua, como ya lo hemos dicho, brilla por su ausencia, pero todo sea por la higiene!
Entre tanto, siguen abriendo zanjas por calle, nada de eso. En cada cuadra abren por lo menos cuatro. De modo que cuando los vecinos de la calle contemplan satisfechos la entrada de su casa despejada al fin, se levantan a los pocos días para encontrarse con que las cosas están otra vez como al principio. Delante de cada Zaguán, hay un inmenso hoyo que deja ver tubos y llaves. Encima, una tablita…. cuando la hay. Y dentro de la casa, un montón de gente indignada que no cesa de quejarse por la suciedad, la incomodidad, el mal olor, etc.
Los niños en cambio están encantados. Bajo la mirada benévola de los trabajadores, se arman de un pico recogido en una de las casetas de zinc que hacen el efecto de puestos de guardia en esta ciudad sitiada que es Caracas, y comienza a manejarlo con sus manitas débiles, tratando de agrandar el hoyo que se encuentra frente a sus casas, otras veces juegan a subir cerro o a pasar puentes y los hay que se desafían en una guerra imaginaria, sintiéndose soldados al amparo de una trinchera. Y las madres, asomadas a los balcones gritan en vano: “Carlitos.. Jorge… que van a coger un tifus! … Inútil, porque los chiquillos, la diversión inesperada les hace burlarse del tifus y de todos los monstruos imaginarios con que les amenaza.
Entre tanto, pasan los meses y siguen las trincheras. Una calle aquí, otra más allá, y la complicación es cada día mayor.
El trabajo sin embargo, parece que va a quedar bien. Al menos, la solidez de los tubos y la capacidad que aparentemente presentan parece ser garantía de que durará por muchos años y que las “filtraciones” que según los entendidos son la causa de la mala calidad del agua de Caracas y de la cantidad de microbios que contiene, desaparecerán al fin de una vez por todas. Pero mientras llega el día en que el arreglo esté terminado, recomendamos a los caraqueños que cultiven el espíritu deportivo, que se armen de su par de anteojos ahumados y de un pañuelo blanco y que se acuerden del refrán aquel que dice: ¡ Paciencia…y engurruñarse!
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