En vísperas del 452 aniversario de la Fundación de Santiago de león de Caracas comparto este artículo que he trascrito de la Revista El Farol, 19747, cuando Caracas cumplía 380 aniversario. Así veía la Plaza Bolívar su autor
DE PEDRO FRANCISCO LIZARDO
"Todo pueblo busca su equilibrio emocional, su razón ciudadana de andar y ver, en el centro de su tipografía urbana. Es la Plaza, así, con mayúscula, la síntesis admirable de su vida. En ella convergen todas las aspiraciones, los anhelos, las esperanzas, las derrotas y los sueños de los hombres. Allí encuentra la política una densidad colectiva que antes no tenía. Allí está, palpitante y vital, el sueño rodando las frentes de los escogidos. Por allí anda el poeta en su propia búsqueda.
Allí lo ciudadano es lo puro, lo exacto, lo que se apresura y lo que se queda estático en el límite mismo del vagar sin causa u oficio inmediato. Y por allí, suma de universalidad, arbitraria geografía para uso del paseante diario, se confunden, se dispersan, se concitan, las mis lenguas de la tierra, los mil rostros con perfiles de extraños continentes.
Es el peregrinaje del mundo siempre en ebullición, caído en el centro de la ciudad, debatiéndose, ilusionándose, conjugando todos los verbos y fraternizando telúricamente con el país que le amaneció un día en su equipaje sonámbulo.
La plaza es lo que está más cerca del hombre apresurado y lo que integra su permanencia de ciudadano a caza del día que se le va de las manos. Nada más concreto y de color más cálido existe en las retinas aventureras del transeúnte, que el contorno emocional de la plaza. Por que es aquí donde la ciudad permanece intacta, donde lo humanos y lo geográfico inciden prístinamente.
Y en Caracas, sólo la Plaza Bolívar nos dá su fresca emoción de pueblo, su imperecedera visión de capital universalizada, su inconfundible vibración ciudadana. El hombre corriente, la figura política destacada, el artista triunfante y el artista caído, el que empieza y el que ya tiene su camino andado, el extranjero que adquirió carta de nacionalidad caraqueña, la enigmática de nórdicos países, el corredor, el matemático, el filósofo, el cronista, todo lo que constituye la vida en su constante efervescencia, en su movible y trágica condición, desfila día a día, hora tras hora, por las avenidas de la Plaza Bolívar. Porque allí encuentran su expresión y rumbo.
Cuando entramos en la marejada de la Plaza. nos asalta la evidencia de un sano, de un vivo y ardoroso cosmopolitismo. ¡Cuánta nacionalidad caminando! ¡Cuánto destino y aventura hechos pasos, huno de pipas, cigarrillos caídos! ¡Cuánto norte impreciso o mar remoto alzado en las boinas!
Las frases, los gestos, el andar, es lo dinámico vertido en la Plaza que quiere asimilarse a lo nuestro, que quiere entrar en lo caraqueño, que quiere llegar a su sangre, a su espíritu.
Y el cosmopolitismo afluye sin cesar. Y los caminos del mar y el aire y la tierra, conducen, invariablemente, a la Plaza. Al pie de Bolívar. A esta Caracas donde la vida es aventura combatiente, es dado lanzando al azar y es conquista que levanta, o derrota que hunde.
Y la geografía urbana de la Plaza está surcada a cada instante por las otras geografías del mundo. Porque aquí, en la Plaza Bolívar, las fronteras que señalan los mapas están abolidas. Tan sólo cuenta el ciudadano y su capacidad de adaptación.
En la tarde, cuando los verdes arboles empiezan a unificarse en una sóla y unánime masa armoniosa, cuando la brisa comienza a desflecar su bufanda romántica de diciembre y la torre da sus clásicas campanadas, y un rumor de vehículos fabriles, de personas apresuradas, de paquetes que danzan en torno a las cabezas y aparecen llevados por los brazos misteriosos, hay un hombre lleno de soledad que transita por la Plaza. No tiene característica física destacada. Es tan solo un hombre que pasea. Con sus brazos a la espalda, pausado, meditativo, anda lentamente por la Plaza, como sorbiéndola toda, como paladeándola.
(..) Cuando el corazón toma los contornos ciudadanos de la Plaza ya estamos inscritos en nomenclatura de la caraqueñidad. Ya somos ciudadanos de la Capital. Ya tenemos un puesto propio en la Plaza.
Pero Bolívar es, también, la Plaza. Allí, en su centro culminándola, el Eterno nos vigila y nos dicta una clara y hermosa lección de fraternidad. Nos confunde en un solo hombre: El pueblo. Y nos pone en marcha.
Y cuando la ciudad se derrama y cuando va quedando sola la Plaza, el hombre-pueblo acompaña su soledad poblándola de mensajes y la abre a la noche para que mañana se encuentre con el día en la copa de los árboles, como un ciudadano más… "
El Farol 1947
Aniversario452 Caracas
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