viernes, 24 de julio de 2020

LO QUE UNA VEZ PASÓ POR LADOS DE SAN JACINTO


Por Lucas Manzano

"Existen en el perímetro metropolitano, ángulos intocables como que, a fuerza de ser simpáticos, están grabados, con caracteres indelebles, en el corazón de lo caraqueños. El primero y sobre el que vamos a pergeñar esta crónica, ocupa lo que resta de la zona de San Jacinto, rica en historias, desde poco después de la fundación de Santiago de León de Caracas. De consiguiente mucho se ha dicho y habrá que decir con motivo a los cuatrocientos años que va a cumplir Caracas de haber sido fundada, bélis-nollis, por Don Diego de Losada.

En aquel lugar que debió ser una sabana sin Dios ni Rey, establecieron su Monasterio y Templo dedicado a San Jacinto, los venerables monjes traídos de tierra tocuyana por Don Juan de Pimentel.

No viene el cuento a referir lo que le ocurrió el remendón Casquero con el dominico compadre suyo, quién para que el modesto trabajador abandonara la idea de encontrar tesoros ocultos en aquel terreno, le preparó un gran chasco que, por triz, lo pasaporta para el otro mundo. Más, para comenzar, conviene ilustrar al lector sobre establecimientos que ocupaban la parte  Oeste de lo que fue el Convento, Cuando Guzmán Blanco se lo ingurgitó, porque falta le hacía la medida para introducir en la ciudad reformas que reclamaban los pueblos civilizados. Allí ejercía de refresquero un tal José de Jesús, hombre que vendía diariamente cinco pipas de guarapo fresco y fuerte para ensabrosar a la gente menuda. Junto a éste, lucía su traje de zaraza a colores chillones, la mondonguera Ña Telésfora, quién  según se dijo entonces, y de ello han transcurrido decena de años, se enriqueció con su expendio de mondongo de res sazonado a la llanera. Cierta vez los estudiantes del Aula Magna, deseando darle una broma, lleváronle un envase, nuevo, es verdad, pero destinado a usos íntimos y distintos, y pidiéronle que les echaran allí un bolívar de mondongo, Telésfora accedió, pero como se trataba de bromearla, le vaciaron  nuevamente el condumio del envase, dando lugar a que la gente poco volviera a visitarla, tildándola de porcachona.

Allí mismo estaba emplazada la estatua del Prócer Don Antonio Leocadio Guzmán, rodeada por los vendedores de pájaros bravos, aunque no tanto como lo fuera en sus buenos tiempos el personaje representado en el bronce que derribaron en los motines de mil ochocientos noventa y nueve;  negocios de cachivaches y el popular vendedor de chaparros, varitas y bastones, a quién le molestaba que lo llamasen por el mote de su profesión y claro que le sobraba razón al sujeto.

En el ángulo Sur-Este de la esquina de San Jacinto estuvo emplazada la mansión de Don Fernando Miyares y su señora doña Inés Mancebo de Miyares, vecinos a la residencia del Coronel Fernando Bolívar y su honorable esposa doña Concepción Sojo y Palacios. [Sic]

Promediado el 1783, estaba grávida doña Concepción y le concedió a doña Inés el honor de que se encargara de lo que entonces decían hacerle las entrañas al niño que había de nacer. Honrada se consideraba la noble castellana con exigencia tal, sabida como era lo mucho que significaba en la sociedad venezolana la pareja Bolívar-Sojo Palacios. [Sic]

Había que ver a las dos matronas en las gélidas mañanitas caraqueñas, seguidas de las esclavas provistas de quitasoles y alfombrillas, cuando iban a los oficios religiosos que tenían lugar en el vecino templo. En tanto el Coronel Bolívar y su amigo Fernando Miyares platicaban en el juego del tresillo durante la consumación del chocolate preparado con especias, para entregarse luego a otros menesteres hogareños o al sueño reparador.

Llegó el venturoso 24 de Julio, día en que mientras en el vecino templo echaban vuelo las alegrías de sus esquilas, en homenaje a su patrona Nuestra Señora del Rosario, en la mansión del Coronel Bolívar, nacía el redentor del mudo Colombino, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar. Doña Inés Macebo de Miyares con la presteza del caso,  dejaba ver en la alcoba a la parturienta la erecta tentación de su rosado corpiño que había de hacerle la entrañas al párvulo.

Mientras acontecía cosa tal, la negra Matea no dejaba de expresar su inquietud en espera del momento en que le llamasen a amamantar el crío, futuro Libertador de la América Hispana, el   noble bizarro Paladín que años más tarde  en el 1827, ya cubierto de glorias en Carabobo y en otras batallas inenarrables, entraba triunfador en Caracas, y al ver a Matea que anhelaba arrojarse a sus pies, en la Fuente del León, le dijo emocionado:

                                       Matea, tú eres mi madre. 
       
En tanto doña Inés de Miyares lloraba emocionada esperado el momento en que habría de abrazar al Libertador en su regia mansión esquinera  de San Jacinto, distinguida como hemos dicho con el número 15.


Habían pagado su tributo a la madre común, los progenitores del Héroe, Coronel Don   Fernando Bolívar en el 1786 y su esposa doña Concepción Sojo y Palacios, fallecida en 1792.
La humilde Matea, recibía alborozada las noticias de los hechos inenarrables del niño que había amamantado, y cuentan que derramó las últimas lágrimas que guardaban sus ojos, en la alborada de 1883, presenciando la apoteosis en honor a Bolívar, conmemorando el centenario del día que Doña Inés Mancebo de Miyares lo amamantó por la primera vez.

De lo que fuera entonces Iglesia y Convento de San Jacinto, solamente existe un estacionamiento de carros de todas las especies que pregonan la ninguna admiración que tuvieron los autores para el Padre de la Patria.




Libro Póstumo 


Fuente: Lucas Manzano/ Tradiciones Caraqueñas, Libro Póstumo, Empresa el Cojo C.A, Ccs, 1967 (Pág. 65-68)
Imágenes: Dibujos  que acompañan el texto tomadas del libro  


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario