Por Lucas Manzano
"Existen en el perímetro
metropolitano, ángulos intocables como que, a fuerza de ser simpáticos, están
grabados, con caracteres indelebles, en el corazón de lo caraqueños. El primero
y sobre el que vamos a pergeñar esta crónica, ocupa lo que resta de la zona de
San Jacinto, rica en historias, desde poco después de la fundación de Santiago
de León de Caracas. De consiguiente mucho se ha dicho y habrá que decir con
motivo a los cuatrocientos años que va a cumplir Caracas de haber sido fundada,
bélis-nollis, por Don Diego de Losada.
En aquel lugar que debió ser una
sabana sin Dios ni Rey, establecieron su Monasterio y Templo dedicado a San
Jacinto, los venerables monjes traídos de tierra tocuyana por Don Juan de
Pimentel.
No viene el cuento a referir lo
que le ocurrió el remendón Casquero con el dominico compadre suyo, quién para
que el modesto trabajador abandonara la idea de encontrar tesoros ocultos en
aquel terreno, le preparó un gran chasco que, por triz, lo pasaporta para el
otro mundo. Más, para comenzar, conviene ilustrar al lector sobre
establecimientos que ocupaban la parte
Oeste de lo que fue el Convento, Cuando Guzmán Blanco se lo ingurgitó,
porque falta le hacía la medida para introducir en la ciudad reformas que
reclamaban los pueblos civilizados. Allí ejercía de refresquero un tal José de Jesús,
hombre que vendía diariamente cinco pipas de guarapo fresco y fuerte para
ensabrosar a la gente menuda. Junto a éste, lucía su traje de zaraza a colores
chillones, la mondonguera Ña Telésfora, quién
según se dijo entonces, y de ello han transcurrido decena de años, se
enriqueció con su expendio de mondongo de res sazonado a la llanera. Cierta vez
los estudiantes del Aula Magna, deseando darle una broma, lleváronle un envase,
nuevo, es verdad, pero destinado a usos íntimos y distintos, y pidiéronle que
les echaran allí un bolívar de mondongo, Telésfora accedió, pero como se
trataba de bromearla, le vaciaron nuevamente
el condumio del envase, dando lugar a que la gente poco volviera a visitarla,
tildándola de porcachona.
Allí mismo estaba emplazada la
estatua del Prócer Don Antonio Leocadio Guzmán, rodeada por los vendedores de
pájaros bravos, aunque no tanto como lo fuera en sus buenos tiempos el
personaje representado en el bronce que derribaron en los motines de mil
ochocientos noventa y nueve; negocios de
cachivaches y el popular vendedor de chaparros, varitas y bastones, a quién le
molestaba que lo llamasen por el mote de su profesión y claro que le sobraba
razón al sujeto.
En el ángulo Sur-Este de la
esquina de San Jacinto estuvo emplazada la mansión de Don Fernando Miyares y su
señora doña Inés Mancebo de Miyares, vecinos a la residencia del Coronel
Fernando Bolívar y su honorable esposa doña Concepción Sojo y Palacios. [Sic]
Promediado el 1783, estaba
grávida doña Concepción y le concedió a doña Inés el honor de que se encargara
de lo que entonces decían hacerle las entrañas al niño que había de nacer.
Honrada se consideraba la noble castellana con exigencia tal, sabida como era
lo mucho que significaba en la sociedad venezolana la pareja Bolívar-Sojo
Palacios. [Sic]
Había que ver a las dos matronas
en las gélidas mañanitas caraqueñas, seguidas de las esclavas provistas de
quitasoles y alfombrillas, cuando iban a los oficios religiosos que tenían
lugar en el vecino templo. En tanto el Coronel Bolívar y su amigo Fernando
Miyares platicaban en el juego del tresillo durante la consumación del
chocolate preparado con especias, para entregarse luego a otros menesteres
hogareños o al sueño reparador.
Llegó el venturoso 24 de Julio,
día en que mientras en el vecino templo echaban vuelo las alegrías de sus
esquilas, en homenaje a su patrona Nuestra Señora del Rosario, en la mansión
del Coronel Bolívar, nacía el redentor del mudo Colombino, Simón José Antonio
de la Santísima Trinidad Bolívar. Doña Inés Macebo de Miyares con la presteza
del caso, dejaba ver en la alcoba a la
parturienta la erecta tentación de su rosado corpiño que había de hacerle la
entrañas al párvulo.
Mientras acontecía cosa tal, la
negra Matea no dejaba de expresar su inquietud en espera del momento en que le
llamasen a amamantar el crío, futuro Libertador de la América Hispana, el noble bizarro Paladín que años más
tarde en el 1827, ya cubierto de glorias
en Carabobo y en otras batallas inenarrables, entraba triunfador en Caracas, y
al ver a Matea que anhelaba arrojarse a sus pies, en la Fuente del León, le
dijo emocionado:
Matea, tú eres mi madre.
En tanto doña Inés de Miyares lloraba
emocionada esperado el momento en que habría de abrazar al Libertador en su
regia mansión esquinera de San Jacinto,
distinguida como hemos dicho con el número 15.
Habían pagado su tributo a la
madre común, los progenitores del Héroe, Coronel Don Fernando Bolívar en el 1786 y su esposa doña
Concepción Sojo y Palacios, fallecida en 1792.
La humilde Matea, recibía
alborozada las noticias de los hechos inenarrables del niño que había
amamantado, y cuentan que derramó las últimas lágrimas que guardaban sus ojos,
en la alborada de 1883, presenciando la apoteosis en honor a Bolívar,
conmemorando el centenario del día que Doña Inés Mancebo de Miyares lo amamantó
por la primera vez.
De lo que fuera entonces Iglesia
y Convento de San Jacinto, solamente existe un estacionamiento de carros de
todas las especies que pregonan la ninguna admiración que tuvieron los autores
para el Padre de la Patria.
Libro Póstumo |
Fuente: Lucas Manzano/ Tradiciones Caraqueñas, Libro Póstumo, Empresa
el Cojo C.A, Ccs, 1967 (Pág. 65-68)
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