lunes, 20 de septiembre de 2010

La Caracas de iconos desconocidos, cambiantes, trasmutados e imprescindibles

EL NACIONAL - Sábado 18 de Septiembre de 2010 Papel Literario/4















Papel Literario

La Caracas de iconos desconocidos, cambiantes, trasmutados e imprescindibles
MARÍA TERESA NOVOA C.

Cada generación porta sus imágenes, sus símbolos sus representaciones; algunos iconos logran transcender varias generaciones, mientras otros van desapareciendo en el tiempo como desaparece el colectivo que les dio vida para dar paso a nuevas aspiraciones, a nuevas fabulaciones de otros individuos o colectivos poderosos y ansiosos de ser también representados.
Con el paso de los años, el tiempo nos advierte del proceso imperceptible de transformaciones y desapariciones de los significantes y los significados que soportan la construcción consciente de un icono sociocultural. Parece como si una voz misteriosa nos dijera susurrante: lo que es, no necesariamente fue ni será.
Podemos sentirnos identificados con un icono, con una representación simbólica plasmada cualquiera sea su expresión. Podemos creer que ella, la representación simbólica, reafirma nuestra identidad cultural y, sin embargo, por imprescindible que parezca esta noción es efímera y relativa.

Esto nos introduce en un campo de comprehensión que se hace complejo, ambiguo, tal vez filosófico. Pero, sin pretender versar por semejantes profundidades reconocemos simplemente que, en esencia, los iconos son efímeros porque durarán mientras sean validados y son relativos porque sus significados podrán tomar otros sentidos, fluctuando por la determinación de un proceso consciente del colectivo perecedero.

La voz misteriosa nuevamente nos dirá susurrante que: ello "nos refiere a los ascensos y depresiones que determinan los caprichos, las obsesiones, las metas que expresan la existencia humana de una comunidad específica", así intuimos que surgen las motivaciones para la creación de una pléyade de signos, de iconos que se trasmitirán de una a otra generación.

En esta lógica del devenir universal, al que no escapan los caraqueños de la generación reciente como herederos de un conjunto de signos, de iconos, se nos pregunta ¿cuáles son los iconos imprescindibles de Caracas? Y para poder responder --acaso-- que sí tenemos iconos imprescindibles, hemos tenido que ir hilvanando ideas en la telaraña en que nos ha tocado vivir que nos permitan descifrar primero cuáles son o han sido iconos de la ciudad y cuáles de los iconos creemos son imprescindibles.

Pero, la respuesta se complica por la irrupción en Caracas de manifestaciones expresivas diferentes a las convencionalmente establecidas y reconocidas hasta ahora, moviéndose en una suerte de baile a empujones del "quítate tú para ponerme yo", que nos recuerda, curiosamente, a las corrientes imperceptibles de aguas submarinas, que son capaces de desmontar sólidos farallones y transformar estructurados montículos coralinos que parecían imposibles de trasmutar en un fondo marino otro, diferente, aun manteniéndose en el mismo lugar.
Por este introito reflexivo, sumado a la particularidad de la acelerada transformación del tiempo y el espacio de los caraqueños en los dos últimos siglos, llegamos a pensar que para responder a la pregunta enunciada líneas arriba, más bien, deberíamos identificar cuáles son los iconos desconocidos, cuales los iconos cambiantes, cuales los destruidos y cuales los iconos imprescindibles de Caracas.

Ya sabemos que Caracas en breves lapsos de tiempo ha sido sometida a un devenir de transformaciones sucesivas de su entorno, sus hábitos y costumbres, en ello, asiento la creencia de que los caraqueños alimentamos una suerte de ilusión que sería la práctica simbólica de concebir un repertorio anhelado de iconos que aspiran a ser imprescindibles, cuando en realidad en Caracas prevalecen y recordamos con facilidad los iconos cambiantes.

Por ejemplo, la generación de inicios del siglo XX, en las tres décadas que van de los años treinta a los años sesenta pudo habitar los espacios heredados de la tradición colonial y, a la vez, ser testigo del inicio de los cambios radicales prometidos por la modernidad. Los iconos de esas generaciones los encontraremos impresos en postales antiguas fuera de circulación que nos alborotan la nostalgia y, recientemente, en educativos blogs donde se nos muestra las piezas que componían el casco histórico fundacional: la plaza Bolívar, la Catedral, el tranvía, el Teatro Municipal, el Palacio de Las Academias, el Capitolio; hasta las edificaciones de la dorada modernidad representada en el vanguardismo épocal de las Torres del Centro Simón Bolívar, de la Ciudad Universitaria de Caracas, de las autopistas, del conjunto del Silencio, del 23 de Enero, o del hotel Ávila.
Pero es difícil creer que para las jóvenes generaciones de finales del siglo XX e inicios del siglo X XI (supongamos para quien tenga 20 años de edad), estos iconos los representen, ya no sólo porque se enfrenten al deterioro o la falta de mantenimiento en que se encuentran, sino porque la conexión comunicacional que otrora significó costumbres de habitar el casco histórico o lenguajes vanguardistas, ha sido sustituida, se ha perdido o ha sido superada.
Diremos que reconocemos en ellos a los iconos cambiantes, dejaron de ser lo que significaron para el imaginario de una generación, dejaron de trasmitir a otra generación el carácter esencial que los motivó. Los entornos del conjunto urbano donde se ubican han sido transformados de tal manera que si estamos ante ellos ya no los reconocemos con los trazos armónicos que, agradecemos, admiramos en el registro que quedó impreso en bellas publicaciones. Caracas en breves lapsos de tiempo ha sido sometida a un devenir de transformaciones sucesivas de su entorno, sus hábitos y costumbres.
Nos preguntamos, ¿habrá consenso entre dispares si reconocemos un icono desconocido hoy?, suena extraña tal vez la pregunta, y aquí propongo que pongamos la mirada en el cuadro de 1766 "Nuestra Señora de Caracas", retablo de 60 centímetros de largo por 49 de ancho, en cuya parte superior descuella suspendida en el aire la virgen María y en su parte inferior figura --por primera vez-- la imagen de la ciudad de Caracas a los dos primeros siglos de su fundación. Dice Arístides Rojas, en su crónica de Caracas: "¡Cuantas generaciones se han sucedido desde el año 1766, en que fue colocado el retablo en la esquina de la Metropolitana, hasta 1876, en que fue quitado de su antiguo sitio para ser colocado en un rincón del Museo de Caracas! ¡Cuántos sucesos se verificaron en este lapso de tiempo, y cuantas noches borrascosas, con su hora de angustias, llegaron, en la misma época, a turbar la paz de la familia caraqueña, en tanto que la luminaria de la Virgen, cual estrella de los náufragos, atraía siempre a todos aquellos que con el pensamiento la buscaban en la soledad del desamparo!".
Deberíamos de ser capaces hoy de compartir las imágenes y los significados de vivencias particulares de tiempos pasados, no es un reto inalcanzable ya que son el ADN de nuestra historia.

Hemos asomado, en líneas más arriba, la idea de que el poder se vale de dejar sus huellas a través de la construcción y de la destrucción de iconos, y aunque no quería referirme al "Monumento a Colón en el Golfo Triste", en la Plaza Venezuela, porque la diatriba de la resemantización de un personaje de la historia nos conduce a una disertación larga no prevista para estas líneas, (mejor ver las interpretaciones recientes del Juicio de Bobadilla a partir de los documentos encontrados en el Archivo General de Simancas-España), me resultó inevitable no referirme a este monumento porque la figura que representa Colón, como ninguna otra, en tiempos recientes se trasmutó en un icono destruido.
Qué lástima que este monumento, conjunto escultórico compuesto de tres piezas más que representan a Venezuela, Italia y España, no le ocurriera lo que ha sucedido a otras esculturas, es decir, que su primer significado se hubiese trasferido a otro significado prevaleciente. Es el caso de la escultura de María Lionza, cuyo autor, Alejandro Colina, concibiera como pebetero de los III Juegos Bolivarianos de 1951, sin imaginar que se constituiría en un icono trasmutado en deidad portadora de un mito que cobra dimensión americana y es el icono más original que identifica a la ciudad de Caracas con el inconsciente mítico de sus habitantes. La oscilación de significados, en el conjunto escultórico del Monumento a Colón sería el desplazar su significado a reconocer su valor plástico para que, al menos, por ello pudiésemos preservarlo como vestigio de nuestro patrimonio cultural.

Caracas aun dejando de ser la ciudad capital siempre será un paisaje, destino soberbio por El Ávila que diluye todos sus horrores urbanos
Los habitantes actuales, los vendedores al por mayor y al detal, los aventureros, los tradicionalistas, los postmodernos, los fotógrafos, los folcloristas aún sucumben ante Caracas por la majestuosidad del Ávila que la determina de punta a punta, aunque sus fértiles campos, el río Guaire y sus afluentes fueron conducidos a la absoluta invisibilidad aún siendo parte de la unidad paisajística.

Es como si por y a través de la montaña se mantuviera intacto el sentimiento mas noble por la ciudad de Caracas, es como si nos reconectáramos hoy con la grata sensación que nos provocan las representaciones plasmadas en múltiples pinturas y fotografías que nos muestra la virginal belleza del valle apacible irrigado por el serpentino río Guaire. Caracas aun dejando de ser la ciudad capital siempre será un paisaje, destino soberbio por El Ávila que diluye todos sus horrores urbanos. Desde adentro, en las entrañas del Ávila, la naturaleza nos acoge en sus bellas estancias, con sus pájaros multicolores, con su variedad de arboles, de palmas autóctonas, con sus cristalinas caídas de agua, con su aire puro que insonoriza el ruido automotor.

Desde El Ávila, nos sentimos con más vigor para enfrentarnos al monstruo, a los enigmas que acechan en la ciudad. Y así como El Ávila es de grande, imponente e inmenso, así como es icono imprescindible de la ciudad, así también es grande su fragilidad si el maltrato prevaleciera. De todos los elementos imaginables para configurar un icono es el único elemento capaz de prevalecer en el tiempo, es el único capaz de trascender las veleidades humanas, por ello el Ávila es y será el icono imprescindible de Caracas.

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