Recordando al Duque en el 449 aniversario de Caracas
Por Aquiles Nazoa
Ya va para veinte años que
Aquiles Nazoa, entonces en sus comienzos literarios, hizo la siguiente
evocación de Víctor Modesto Franklin, el famoso personaje que ha pasado a la
historia de Santiago de León con el remoquete o titulo de duque de Roca Negras.
Nazoa aprisionó en esta biografía el ambiente de aquella época, el proceso de
creación de esta figura, de la cual se deriva el modismo de tan diversas
aplicaciones como el de "Vitoco", "Vitoquismo".
Caracas fue suya por 10 años
La vida pintoresca de Vito Modest
Franklin, Duque de Roca Negras y Príncipe de Austrasia, cautivo de la
fantástica princesa Piperacine Midy. Caletero en la Guaira. Jugador afortunado.
Seminarista. Tramitador de hipotecas. Trotamundos. Arbitro de la elegancia. Obcecado
por sueños de grandeza. Amó fervorosamente a Carmen Flores y por ella estuvo a
punto de batirse con Enrique de Borbón.
Cuando algún curioso escritor
resuelva hacer la biografía pintoresca de Caracas, tendrá que comenzar por el
Avila, con su Galipán florido y sus burritos cargados de claveles. Luego tendrá
nuestro escritor que dedicarle un capítulo a Cenizo, el perro bohemio, amigo de
los poetas del 20 y trasnochado huésped de la Plaza Bolívar, a la vera de cuyos
rosales amaneció plácidamente muerto un día de diciembre. Un capítulo vendrá
después en esa frívola historia; un romántico capítulo de cuya extravagante
verdad dudarán muchos porque con sus esplendorosas noches de teatro, sus
carnavalescas lluvias de bombones, sus amores, sus blasonas inverosímiles y sus
sueños de grandeza, caídos todos de una vez como torres de arena, parecerá más
bien arrancado a alguna novela del romanticismo decadente del novecientos. Y
este capítulo será el que trate de la aventurera vida de Vito Modesto Franklin,
Duque de Roca negras y Príncipe de Asustrasia.
¡De dónde había salido aquel
aristocrático personaje de orgullosos ademanes y prestigiosa elegancia? ah, si
ustedes lo hubieran visto pasearse con paso seguro por las calles de Caracas y
saludar discretamente con su diestra
enguantada de gris a los pocos transeúntes que le merecían ese honor y pararse
por las tardes junto a los barandales de la Plaza Bolívar, con la mirada
perdida entre los árboles: aquella mirada suya que aparecía más grave y
displicente cuando se calaba los lentes para seguir el paso de alguna mujer.
Era de alta estatura y lucía más arrogante y esbelto entre la refinada elegancia de sus trajes, Porque el Duque
vestía de exquisita y extraña manera, gusto daba verle en las mañanas
primorosamente modelado en un traje de paño verde, y sobre el pecho que se
erguía como proa, la ondulante corbata de seda verde lino armonizado sus pálidos
reflejos con las luces cambiantes del enorme diamante que la sujetaba. O por
las tardes, vestido de claros grises, en el anular una esmeralda coronada de
plata y un clavel muriendo en el ojal. Pero era por las noches, ataviado de
pontificial morado o azules de madia noche, cuando aparecía como nimbado de
leyenda, solo en un palco del viejo Olimpia, adornado expresamente para él con
crisantemos de invernaderos, orquídeas de montaña o aristocráticas rosas
encendidas. Cuando morían las primeras luces para comenzar la función, la mano
del duque apoyada tranquilamente en el balconcillo, dejaba asomar las tres
bellotas de oro de la finísima esclava que le ceñía la muñeca derecha.
-Esta esclava, amigos míos -afirmaba el duque-, no es tal esclava. Esta
es la faja merovingia que usaba el rey Clodoveo; y las tres bellotas que son
los tres infantes de Borbón que aquí los llevo- y agitaba orgullosamente la
mano.
Opacos y sudorosos fueron los
días de juventud de Vito Modesto Franklin. Caletero de los sórdidos muelles de
La Guaira, primero: diestro jugador después y preso más tarde. Su vida de
aventura comienza a los 19 años, cuando Rodulfo, amigo de su infancia, lo lleva
a El Gato Negro, famosa posada y garito que ostentaba su prestigio de posada en
este curioso anuncio:
¡Es "El Gato", en
verdad un Paraíso!
¡Allí el talento del mondongo
brilla:
La gracia virginal de la morcilla
(sic)
La sublime elocuencia del
chorizo!
(La
Estudiantina,19-3-87)
y que ostentaba también, pero sin
anunciarlo, su prestigio de garito en que se hacían las mayores paradas de La
Guaira. Allí se adiestró Franklin en el arte de "Colear paradas",
"peinar" y "preparar" dados, y no huno nadie más fino que
él, ni más afortunado en el riesgoso oficio del juego. Creció su fama de
jugador y pareja con ella creció su fortuna. Y de sus turbios manejos surgió
una noche el trágico accidente que habría de ampliar más tarde los horizontes
de su vida de jugador: esa tragedia en la que resultó accidentalmente muerto
por él, de un tiro de revólver, su amigo Rodulfo, lo llevó a la cárcel por tres
años. Salido de presión, se dio a viajar por todos los centros de juegos de
Centro y Sur América, regresando años más tarde, después de haber desbancado en
Panamá, La Habana y Buenos Aíres. Pero Franklin se sentía solo; y agotado tal
vez de su agitado vivir, acogiese a la tranquilidad sombra de un seminario. Y
entre ayunos y oraciones transcurrió lo mejor de su juventud. A punto de
tonsurarse ya, se descubrió que había un muerto en el lejano pasado; y aquel
hombre caído en el garito del "Cardonal" se interpuso entre el
seminarista Franklin y su primera misa. Truncada así esta ilusión de su vida,
se internó en los campos mirandinos de Barlovento y Rio Chico, donde su función
de mediador y tramitador de hipotecas, compras y ventas de inmuebles, aumentó
su fortuna. Volvió entonces a su Guaira natal y de allí después de un romance
sin éxito con la viuda de Cipriano
Rodríguez, embarcó para España.
Franklin ha llegado a la alegre
Madrid de 1916 y es el paseo El Retiro al pasar aparatoso del real carruaje de
Alfonso XIII donde comienza a definirse su verdadera vocación. Ya no piensa en
desbancar grandes mesas ni en decir sermones. Su mente se ha afiebrado por un
dorado sueño de grandeza y ya este sueño no le abandonará jamás. Se dejó crecer
grandes patillas: dignificó sus ademanes y sus gestos desde entonces fueron
cortesanos y galantes: sus mejillas lucieron más frescas bajo el rosa leve del
carmín y su rostro todo al que se adherían discretamente los polvos de arroz,
cobraba una exquisita palidez de rostro infantil. Varios miles de pesetas en
exóticos trajes diseñados por él, complementaron su rara hermosura. Porque
aquel renovado Vito Modesto Franklin resultaba extrañamente hermoso, y cuando
en 1921 regresó a Caracas, pocos días bastaron para que fuese suya la atención
de toda la ciudad. No había pasado la admiración del primer encuentro con aquel
"arbiter elegantiarun" tropical, una nueva ocurrencia vino a aumentar
la apasionada curiosidad pública que su persona suscitaba. Un buen día amaneció
nuestro Franklin con el resonante titulo de Duque de Roca Negras. El miércoles
de ceniza de 1922, muy por la mañana, irrumpió en la redacción de "El Heraldo"
y con altivo gesto y triunfante sonrisa, desplegó ante los ojos incrédulos del
redactor de turno, un viejo pergamino sellado en lacres y con gallardo tono de
voz, explicó el contenido de aquel
enrevesado documento.
He aquí, amigo mío, que la sangre azul de las Españas florece entre mis venas.
Este pergamino es el documento público por el cual se da cuenta en mi rancio abolengo, y consta
en él que el año de gracia de 1821, Su Majestad el Rey Fernando VII declaró a
doña Felipa Montes, heredera de Hernán Tigifredo, Duque de Roca Negras, con
derecho a disponer del condado de Pontevedra los ducados de Roca Negras,
Cantabria y Alaba. El de Cantabria pertenecía
al Rey Don Pelayo, primo de Hernán Tigifredo; y el año 60, los señores
Joaquín Montes y Felipa Montes, reservan tales nobles derechos con favor de
Franklin soy legitimo y primo de Don Pelayo; único heredero, por tanto, de los
títulos Roca Negras, cuyo blasón ostenta una roca color betún sobre campo de
gules y gulas (sic) y atravesado por dos puñales, símbolo del amor y de la
fuerza.
Esta noticia del ducado de Vito
Modesto corrió de boca por toda la ciudad; y ya nadie más le llamó doctor
Franklin, ni pare Franklin, ni señor Franklin siquiera. Parecía que todos
estaban esperando aquel título, para llamarle duque, porque duque, en cierto sentido,
era su verdadero título.
En abril del mismo año debuta en
el Teatro Calcaño La Lusitana, famosa coupletista, por cuyo amor imposible
estuvo el duque en trance de suicidio. Cada noche, desde su palco solitario,
llovían rosas a los pies de la coupletista. Ella, en pago de las galantes
ofrendas de flores y de amor popularizó, cantándolo para él en sireé de gala,
el couplet "El Duque de Roca Negras", letra de Leo. Con La Lusitana
se me fue también una ilusión del duque, ilusión que renació luego, en junio,
pero encarada en otra coupletista: Carmen Flores. Y si la Lusitana los
trasformó de tan manera, por Carmen Flores estuvo a punto de enloquecer. Carmen
debutó en el Olimpia, que era propiedad del duque. Volvieron las flores y las
fastuosas noches volvieron. Y de este amor como del otro, cosechó sólo
copuplets y canciones. Y ocho días antes de partir Carmen Flores dio una
función en honor al duque. Allí´ estaba él, en su palco adornado, una rosa
impoluta en el ojal, la corbata muaré despidiendo ondas de luz.
-¡Que hable, que hable el duque!-
pedía a gritos la sala entera.
Y él se irguió emocionado, alzó
la derecha en que cantaban las bellotas de su esclava y dijo esta cortas
palabras:
-¡Señores! Veo y no miro lo que
veo.
Una salva de aplausos atronó la
sala. Y por el maquillado rostro del duque, rozó una lágrima de gratitud.
Terminada la función, se prolongó la fiesta en el camerino de la actriz.
Aquella fue una fiesta frívola y apasionada, y hasta extrañamente pagana:
pagana, si, porque Carmen Flores, fingiéndose Diosa de la nobleza, vertió champán en sus labios
sobre el ombligo del duque, porque han de saber ustedes que el duque tenía un
ombligo de perla nacarina, según él, y algo salido, característica natural
según él también, de los legítimos nobles. A los pocos días la fotografía del ombligo
del duque era expuesta como joya de valor en el escaparate de la "Bota de
Oro". Carmen Flores se marchaba pero él le daría un imborrable recuerdo de
su amor, y así fue como una noche, cuando Enrique de Borbón - aquel aventurero
primo de Alfonso XIII que seguía apasionado los pasos de Carmen Flores, el
duque impidió indignado aquel brindis.
-¡No!- le dijo rojo de ira- No
han de rodar los nombres de las señoras por entre copas de taberna.
Borbón aprovechó para teatralizar
y le lanzó un guante al rostro.
-Mis padrinos irán a verle
mañana- concluyó el español.
Aunque aceptado por el duque, no
se efectuó el duelo, pues al día siguiente ya Borbón iba camino a Colombia,
siguiendo siempre a la Carmen.
Otro amor que se fue y el duque
estaba desolado. No podía resistir la ausencia de su Carmen Flores, y hubiera
muerto de melancolía si a mediados de abril de 1923 no recibe aquella carta,
aquella famosa carta, en que, desde la lejanía.
La carta contenía un retrato con
autógrafo:
"Querido Duque: Tiempo mucho
lo que es amor secreto. Estáis ceñido a mi amantísimo corazón (..) y el corsé a
mi cintura. Permítidme contar desde hoy con la promesa de vuestra mano. La mía,
vuestra fue desde siempre .Beso vuestros pies: Piperacine Midy- Princesa
cautiva de Austrasia-"
Ah, ¡que fiesta dio el duque a
sus amigos para celebrar aquel suceso de amor!
Las flores y el champán corrieron
como ríos dorados por las mesas de "La Glaciere". Pero la alegría que
le trajera aquel misivo fue pronto nublada. Alguien había herido al duque en lo
que más caro para él: su elegancia: alguien quería aparecer más guapo y mejor
vestido que él. Y ese alguien era Rodolfo Valentino. Y el duque pisoteó el
nombre de aquel Narciso falsificado, que carecía de sangre azul, que no tenía
como él 1,80 m de estatura, si como él tenía sus curvas apolíneas de ánfora
etrusca. -Esos palurdos-declaró el duque para "El Heraldo"- alzan
vulgar vocifera a favor de ese macaco que se moriría de envidia ante la
delicadeza oliente de uno de mis calcetines!
Para corroborar lo dicho, se hizo
una foto nudista y mandó exhibirla en diversos lugares. No se convenció la
gente, empero, y el comentario del día era "El hijo de Sheik" por
Valentino. Entonces salió nuestro otoñal
Petronio en busca de su princesa. Y en 1925 se paseaba tranquilamente por las
calles de Londres, donde, según el "Daily TELEGRAL", LOS TRANSEÚNTES
SE DETENÍAN PARA VERLE PASAR, asombrados de su extraordinario parecido con
Oscar Wilde. Por el brillante que lucía, en una sortija por la noche y en el imperdible
por el día, un joyero francés estando en París en 1926, le ofreció 18.000
francos, que él rechazó. El duque regresó a Caracas tras larga ausencia. Tenía
ya cerca de sesenta años, pero representaba cuarenta a lo más. Mucha de aquella
popularidad del 22 estaba perdida. El sonaban sí: pero con mayor fuerza sonaba
el radio, que recién había llegado al País; y su curiosa figura ya había dejado
de ser rareza, para convertirse en otro aspecto del Paisaje caraqueño, como la
torre o como la Ceiba de San Francisco. Así lo comprendió él y buscó nuevos
caminos, sin abandonar su indumentaria, sus cosméticos, sus lentes ni su
ducado, se inició en el mundo de la mecánica y junto con un protegido suyo
inventó en 1929 un "avisador de incendios". Listos ya los planos, quiso,
para desgracia suya, llevar todo aquello a la práctica. El 6 de diciembre de
1930, una ambulancia conducía al Duque de Roca Negras al hospital Vargas. Minutos
antes, la explosión de un bidón que mandó llenar de aire le había quebrado una
pierna. La hermosa peluca, comparada en la mejor peluquería de París, fue
hallada debajo del Puente Junín. La elegancia había sucumbido. Vito Modesto
Franklin, que del accidente salió cojo, ya no era sino un vulgar transeúnte, de
sombrero y pantalones largos, como otro cualquiera. A la sombra de su vieja
casa de Glorieta, soñando ante aquel montón de papeles y retratos que resumía
su vida aventurera, en el olvido de la
ciudad que fue suya por diez años, murió
su excelencia el 17 de julio de 1938. Un estanque de agua clara nos
indica el camino de su tumba solitaria.
("Últimas Noticias", 8
de febrero de 1943)
|
Vito Modesto Franklin, árbitro de elegancia.
Foto Publicada en FANTOCHES, el 30 de mayo de 1923
(Reproducción de Agustín Aponte) |
Fuente:
Transcrito por Caracas en retrospectiva
de Crónicas de Caracas 1960