¿Tú vas a las misas de aguinaldo?
-Pues claro, chica. Aunque Antonio se ponga bravo conmigo. Tú sabes como son los hombres pero lo que soy yo no me voy a perder ni una.
-No hombre, chica, esas son tonterías. Vamos, que nosotras te pasamos buscando.
Ir a las misas de aguinaldo en Caracas no significa, necesariamente acudir a la iglesia próxima a cumplir devotamente con el precepto cristiano, entre música de alegres aguinaldos y vaharadas de incienso. No. En esa peculiar jerga usada por la juventud caraqueña, "ir a las misas de aguinaldo" entraña una nueva modalidad deportiva.
Cuál es la del patín.
La consabida frase viene a resultar prima hermana de aquella otra, suerte de invitación a una reunión- cita bailable, con pick-out y cocktail, las vecinitas de la cuadra y los discos del día; todo por cinco bolívares de contribución:
-Tengo una encerrona de a fuerte por cachete en San Juan. ¿Te animas?
San Juan o La Pastora. San José o Antímano. Lo mismo da una que otra parroquia. Caracas tiene una sola manera de expresarse. Eso que la gente seria llama "el buen humor de la ciudad". ¡Hágame usted el favor!
En las últimas horas de la madrugada- en el patio, los gallos la han anunciado por cuarta vez- el espejo del cuarto del baño se va coloreando de carmín presuroso.
-No hagas tanto ruido que vas a despertar a papá. Pero ya la abuela consentidora- siempre el gesto consentidor de la tierna abuelita- anda trasteando por la cocina, y el sabroso olor del café trasciende hasta la sala, donde las muchachas terminan de acicalarse.
Ya tienen puesto el sweater, para preservarse del frío caraqueño de diciembre. Aunque ya no hace falta.
Caracas ya no es la ciudad de antaño y Pacheco se ha empleado de jardinero en el Avila, y cuida claveles y margaritas en Galipán con sus manos de niebla, con sus frías lágrimas de lluvia.
Los viejos dicen que es porque han cortado los árboles de la ciudad. Porque ya no hay flores en los patios de la ciudad. Porque ya no quedan ventanas coloniales. Porque los grandes edificios ya no dejan ver las estrellas de diciembre, que se abrían como magnolias tiernas en el cielo azul de diciembre.
Y la madrugada llena de alegres voces. Vienen desde Puerta de Caracas, desde Santa Rosalía. Del Nuevo Silencio. Desde la Vega. Desde San Bernardino, El Rosal o El Valle. De la casa de tejas que no ha demolido el progreso. Por las escaleras del moderno bloque de apartamentos. Sobre el plano asfalto. Por la acera de cemento. La juventud caraqueña- sonrientes muchachadas de liceos y escuelas, oficinistas rosadas y morenas- acude en tropel a las Avenidas. El ruido de los patines va alborotando la calle. A muchachos les llega hasta sus almohadas. Pasan las voces. Pasan los patinadores. No hace mucho que pasaron los carritos de los isleños. Los cascos de los caballos resonaban en la alta madrugada. Hay mucha bulla en las madrugadas de diciembre por las calles de Caracas.
Las avenidas de La Paz y Los Caobos son las preferidas por los patinadores. El tropel jubiloso las recorre de extremo a extremo. Casi vienen a resultar lo que las montañas de nieve para los esquiadores. Muchos romances se tejen bajo los árboles, sobre las cuatro rueda de los patines, en el ir y venir precipitado.
Los patines de diciembre han entrado a formar parte de la tradición caraqueña.
-¿Vamos a misa de aguinaldos?
-Vamos.
-Este año van a estar mejores que nunca. Lo que soy yo no me voy a perder ni una.
El Farol
1950