miércoles, 25 de mayo de 2011

Hoteles y Pensiones de Caracas vieja

En la esquina de La Torre, diagonal con la Catedral y frente a la Plaza Bolívar se levanta el único edificio de tres pisos para que aquella época tenía Caracas. De bella arquitectura aunque un poco recargada, contribuía a darle cierto aire de buen tono a los alrededores de nuestra plaza mayor. Siendo el edificio propiedad de don Pedro Salas, lo tomó en arrendamiento su cuñado Pedro Klindt e instaló un hotel. El Hotel Klindt era lo más famoso de nuestra época, el mejor hotel de Caracas, con sirvientes de impecable blanco y botones de plata (casi todos eran trinitarios) era entonces caro, pues se pagaban tres pesos (Bs.12) por las tres comidas y el cuarto.
También teníamos otros hoteles buenos, aunque más baratos. En el Gran Hotel, en la esquina de Mercaderes se pagaban dos fuertes, (Bs. 10) buena casa de dos pisos. El Hotel Pensilvania en la esquina de Pajaritos también era de “tono” y muy frecuentado. El Hotel “Santamán” de San Francisco (donde hoy está el Banco Venezolano de Crédito) muy renombrado y el célebre “León de Oro” en la esquina de Trapozos en donde se alojaba el general Crespo antes de ser presidente. En estos le daban a usted cuarto y las tres comidas por dos pesos

(Bs.8) pero uno de los más frecuentados era el Hotel Barcelonés de Torres a Madrices, no sé si por las relaciones y amable trato que tenía su dueño don José Roura o por lo cercano a la plaza y también quizás por su buena comida criolla.

En Caracas era de mucho tono decir: “Esta noche comí en el hotel tal” “ mañana estoy invitado a almorzar en hotel cual”.

También había, ¡como no! hotelitos más baratos, de tabique de coleta forrados en papel de periódicos y con aguamanilitos de tres patas que por tres o cuatro bolívares, un peso, tenía usted todo.

Para los grandes días de la patria o cualquier solemnidad, reunión del Congreso etc., todos los hoteles, grandes u chicos se llenaban.

Las reuniones del Congreso siempre eran esperadas con ansiedad, no por lo que se tratara en él, sino porque cada congresante recibía diario diez y ocho pesos seis reales (Bs.75) más el viático. Todo esto lo gastaban en su estadía en Caracas. Los sastres hoteles, las tiendas, las modistas (porque muchos venían con sus respectivos consortes) los cocheros, los botiquines, las zapaterías, en fin había movimiento. Eran muchos los congresantes que regresaban a sus lares escurriditos pero con el alma henchida del placer de haber estado en Caracas, haber oído sus retretas en la Plaza Bolívar, haber estado en el Teatro Caracas y haber visto a Blanca Matrás, haberse reído con Salpicón, haberse plasmado con La Presa o Magnovelac.

Los hoteles eran administrados por sus dueños, hombres conocedores del oficio y usted podía llegar allí por unos dos días o el tiempo que quisiera, pero como en un hotel se pagaba por día, para un residente le era más económico llegar o vivir en una “pensión” (que las había muy buenas en Caracas y hasta lujosa y aristocráticas manejadas muchas por damas de la más distinguida sociedad) donde se pagaba por mensualidades.

De Balconcito a Salas estaba la de Lola Ibarra en una bella y cómoda casa donde Diplomáticos y viajeros ilustres vivían como en su propia residencia, buen salón de recibo, trato distinguido, buena mesa bien servida y en un ambiente elegante.

No se quedaba atrás la pensión de la señora Domínguez, una casa más abajo. Era tan su distinción y ambiente familiar, que solía dar sus fiesteritas para sus hijos Albertina y Germán y allí concurría todo lo mejor de Caracas.

Otra casa más abajo estaba Lina Pécchio donde se hospedaban muchos extranjeros distinguidos.

En la Pastora entre las esquinas de San Vicente y Medina, la señora Doucharne de París con sus dos encantadoras hijas Emilia y Valentina tenían una buena pensión donde era fama la buena mesa.

En nuestra época tanto se ocupaba uno del producto como de la calidad y era ver muy temprano de mañana a todas estas dueñas de pensión escogiendo, la buena carne, el pescado más fresco, los tomates más grandes y rojos, las más sazonada frutas, discutiendo con sus marchantes de timbales y embutidos.

Con tantos hoteles buenos los restaurantes eran escasos, es decir los buenos. De Santa Capilla a Carmelitas era Juan Labeille un buen maestro de la cocina francesa, un “Cordón Blue” auténtico y tenía la especialidad de con nuestras cosas preparaba platos que bien hubieran podido figurar en primer puesto en la mesa del más exigente “gourmet” de París. Bien recuerdo unos filetes de pargo en salsa de camarones, unos pastelitos a la reyna que se hicieron famosos.

Además del Club Venezuela se comía bien ( me dicen que hoy es donde se come mejor).

En muchos lugares había restaurante baratos y de comida criolla, que muchas veces resultaban muy buenas. Hervido picadito, caraotas fritas, carne en salsa, arroz perla, su dulcito y una tajada de lechosa, todo por tres reales.

Fuente: "Reminiscencias" (vida y costumbres de la vieja Caracas) José García de la Concha. Editora Grafos C.A. Caracas Pág. 118-119 y 120.

Hotel Klindt cuando estaba
en la esquina La
Marrón-  1883
Postal 1909
Imagen de la Colección
Privada de Arturo Fajardo




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