jueves, 30 de julio de 2020

LA VIRGEN DEL ROSARIO DE CARACAS, 1593

Por Juan Gant-Aguayo

Caracas ha perdido hace mucho su pasado.
La obsesión casi monomaníaca por nuestra manoseada historia moderna, en particular por los inicios del Estado republicano ganado con sangre pero por ello penetrado su origen hasta los tuétanos de gesta heroica o legendaria, han llevado al des recuerdo -o al ostracismo- tradiciones centenarias, devociones entrañables y hasta Vírgenes universales, cuyas imágenes veneraban con pasión de madre propia los caraqueños de la piadosa Santiago de León antes de la revolución emancipadora surgida del siglo de las luces.

La Virgen de Copacabana, el Nazareno de San Jacinto y la Virgen del Rosario son cuentas en ese rosario de desconocimiento moderno e ingratitud por olvido, advocaciones que colmaron calles haciendo arrodillar multitudes, en sus extintas antiguas procesiones de aquel tiempo de la colonia.

La Iglesia es la primera en inventar santos nuevos para viejos males. La Virgen de Las Mercedes -antigua patrona desde 1638 contra la “alhorra” o plaga del cacao-, Virgen ya caduca para el oficio, al parecer (por ser tal fruto irrelevante ahora, un vestigio provincial frente al emergente café republicano), decide en 1900 relanzarla como reencauchada patrona anti terremotos, frente a alguno -tibio- que mostró la cara ese año. Las puertas giratorias, que dicen.

Joseph de Oviedo y Baños, fiel caraqueño por adopción y prendado como todos de la Virgen del Rosario sita en su trono del templo de San Jacinto, la ponderaba de esta manera en su Historia, publicada en 1723: “… venérase en su iglesia la milagrosísima imagen de Nuestra Señora del Rosario, dádiva de la majestad del señor don Felipe Segundo, y atractivo de la devoción de todos los vecinos, que la reconocen por eficaz patrona contra la violencia de los temblores”.

Amén de clarificar quien era la Divina Protectora contra los sismos de Caracas, nos informa el cronista que tal imagen fue obsequio de Felipe II. En 1593 regresaba el procurador de la provincia, Simón de Bolívar, el Viejo, de su gestión en Madrid ante el rey. Venía acompañado de Martín de Zabala, rico mercader dominicano avecindado en Caracas tres años antes -al mismo tiempo que Bolívar y quizás llegado con él de Santo Domingo-. Martín compró casa y habitó en Santiago de León, tal vez por acompañar a su hermana María de Zabala, viuda que había hecho profesión de beata y decidido no casar más.

Es posible que la imagen de la Virgen del Rosario haya sido traída por Martín de Zabala, a su vuelta de España con el contador Simón de Bolívar en 1593 (que con este alto cargo de confianza por voluntad del monarca venía investido), o más probable, la trajo el mismo Bolívar, quien regresaba a la provincia luego de solicitar mercedes al propio rey Felipe II para Santiago de León, y pudo el soberano en audiencia personal -que con tan buen ánimo le concedió tales cargos personales y privilegios para la ciudad, hasta un escudo el de armas-, hacerle donación de esta imagen para animar a los vecinos a contribuir con la empresa de fundación del convento de San Jacinto, vistas las buenas obras que para el caso adelantaba ya en aquellas fechas Sancho del Villar, en 1590.

Haya traído Bolívar o Zabala la venerada imagen, lo cierto es que la fundación del convento de San Jacinto cobra impulso, y en 1597 se funda en la esquina de su nombre, en un solar que fuera del maestro de carpintería Diego Alonso, por entonces muy activo como encargado de enmaderar el techo, ventanas y puertas del flamante templo de San Francisco. Su solar fue permutado por una cuadra entera al sur de la ciudad, por acuerdo con el Cabildo.



El acaudalado Martín de Zabala le fabrica a la Virgen del Rosario una capilla de lujo en la nave de la epístola del nuevo templo. La Cofradía de la Virgen del Rosario del convento de San Jacinto estuvo a cargo suyo desde la fundación del templo hasta que fallece en 1636. Su hermana, María de Zabala, viuda y beata, custodiaba y guardaba la corona cerrada de orden imperial, rosarios de oro y perlas, estrellas, camafeos y dijes con piedras preciosas y otras joyas del manto de aquella imagen tan amada por todos los vecinos de Caracas, labor que cumple hasta que fallece, poco después y en el mismo año que su hermano Martín. La tarea devota la continuó su sobrina, la riquísima doña Maripérez, hasta su muerte al parecer ocurrida poco después del terremoto de 1641.

Se ha querido hacer de la advocación a la Virgen de la Inmaculada Concepción como la primera patrona mariana de Caracas. Es posible, mas no hay duda de dónde estaba el amor de los caraqueños desde que en 1593 Martín de Zabala o Bolívar trajeron -quizás- este regio obsequio de la Virgen del Rosario. En el informe de 1698 el prior de San Jacinto, sin proponérselo, deja testimonio para la historia de la intensa exposición pública que para esa fecha se hacía de esta venerada imagen, al detallar el costo en cera blanca labrada que representaba a fines del s. XVII el culto a esta imagen:

“La Virgen del Rosario se descubre cuatro [4] veces al día con seis velas [que se le encienden]: tres [veces] cuando se rezan los tres tercios del rosario, y una a la noche, cuando salimos a cantarle por las calles, cuyos gastos se pueden y deben apreciar por más de quinientas libras [de cera], … el cual gasto es considerable, para la renta asignada”.

¿Hace falta más prueba? Quinientas libras de cera al año representaba mas de un cuarto de tonelada gastado en cera blanca labrada para alumbrar esta Virgen, y el detalle de que se sacara en procesión todas las noches indica el fervor a esta devoción y los piadosos rezos del rosario que se hacían en cada casa, cada dia del año, al paso de esta imagen frente a la puerta.

La legendaria Virgen del Rosario se olvidó. Con olor a creolina permanece expuesta cual útil maniquí, buena su figura e imagen para exhibir el ropaje con que la cubren, que es un pálido recuerdo del magnífico que en su tiempo lució.

Sus joyas desaparecieron, quizás Morillo cuando estuvo en Caracas, o Boves, o los apremios económicos del esfuerzo patriota por sostener la guerra tras el terremoto de 1812. El retablo de su capilla en San Jacinto, tan engalanado de joyas en su tiempo como la Señora que entronizaba, fue desmembrado, y partes de su obra fueron a parar a la iglesia del pueblo de Guarenas, donde por el esplendor de estas reliquias de madera son aún adorno completo de su altar principal.

La imagen es una recreación digital de cómo pudo ser originalmente este retablo en San Jacinto, sacada de: “Los Retablos de las capillas de La Candelaria en Guarenas y del Rosario en la iglesia de San Jacinto de Caracas”. Davila, Marín, Niño, Badillo. 

Publicado en @CaracasLaDeLosTechosRojos (facebook)

1 comentario:

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