sábado, 30 de julio de 2016

Coche, cementerio de estatuas

Uno de los temas que me ha inquietado desde niña, es el relacionado con las estatuas caraqueñas, siempre me ha parecido insólito, por decir lo menos,  que éstas no conserven sus destinos iniciales, y que formen parte del capricho gubernamental de turno.

Encontré este interesante artículo en la revista Elite #107 del 1 de agosto de 1958,  en ella di con la Obra de Don Andrés Bello (1930) del  escultor Español Chicharro Gamo , cuyo destino se debatió en la Exposición realizada en el 2015 en la Sala TAC del Trasnocho Cultural en Caracas por la Fundación Docomomo Venezuela, Presidida por nuestra querida Arq. Hannia Gómez.
 Aquí transcribo la reseña y escanee sus imágenes que no eran de buena calidad. 

El Andrés Bello de la Placita de Capuchinos,
luce ensimismado en su retiro de Coche 

"La Historia duerme en un monólogo de bronce
Los héroes comandan hoy en día las huestes vegetales de los parques abre una ciudad indiferente al pasado. Ana Luisa Llovera escribe sobre las estatuas en Caracas."


“Las estatuas, como los seres vivos, tienen su destino. Y también – como los seres de carne y hueso- las hay con negro hado y otras de risueño signo independiente de su valor artístico, y de la importancia o mérito de aquellos a quienes representan.

Hay estatuas- como seres humanos- que se inician de manera poco favorable y concluyen en forma sorprendente, como esas películas norteamericanas que finalizan con un largo beso cuando todos esperábamos tres asesinatos. Y otras que se estrenan rodeadas de todas las circunstancias propicias y concluyen cualquier día de los depósitos del Aseo Urbano de Caracas.

Solo las estatuas conocen los sueños de la Ciudad 



Caracas, en general, no ha sido muy feliz en materia de estatuas. La del Padre de la Patria que yergue en la plaza principal, por largos años eje y centro de la ciudad, testigo de populares gestas repetidas,  ni siquiera es original: es copia de la que está frente al Palacio Legislativo de Lima, donde en el orden de importancia y de valor estético de los monumentos ocupa el tercer lugar…

El Urdaneta de La Plaza la candelaria ha sido una estatua feliz
en su ubicación. No se sabe, sin embargo, cuanto tiempo permanecerá allí puesto que
sus proporciones grotescas la hacen segura candidata a un exilio
a los suburbios, o al basurero. 

La de Urdaneta, frente a la avenida de su nombre, está muy distante de satisfacer el gusto de las gentes comunes y corrientes, que son la mayoría, y quisieran una caballo más caballo y un jinete más jinete. Probablemente esto resultará una herejía, pues la estatua en cuestión parece corresponder a depuradísimos esquemas estéticos de reciente data. Pero el gusto de la gente es asi…

Acaso con base a ese gusto- llamémoslo “clásico”- por las estatuas, la del General Páez en la Plaza de su nombre es una de las más adecuadas. Es, como si dijéramos, de las que resultan más “bonitas” y también de las que han tenido mejor suerte. Allí ha permanecido por años, inconmovible y férrea, con el jinete afincado sobre sus estribos, enhiesta la lanza, como si estuviera dando aquel famoso grito de “Vuelvan Caras”, que algunos afirman nuca dio.

Sucre otro de nuestros “grandes Grandes” tiene estatua en la parroquia de su nombre, pero la mejor suya de que haya dispuesto Caracas se alzaba en el Calvario, empinada sobre la ciudad de los techos rojos. Era tan marcial, tan buena que el propio General Gómez, de quien es fama  que no era muy entendido en esa materia, se enamoró de ella. Y un día, sin requisito alguno, como él sabía hacer las cosas, envió un camión desde Maracay, la arrancó del paisaje caraqueño y se la llevó a sus predios. 
Andrés Bello, que necesitó poner tierra u océanos entre su patria y su destino extraordinario, ha sido uno de los más “estatuados” y de los más infelices  en estatuas. La que ahora se encuentra en los depósitos del Aseo Urbano, una cosa horrible, antiestética, estaba ante en la Placita de los Capuchinos, donde servía de regodeo  a las palomas, que la usaban para muy poco honorables funciones. Y la que ahora está sobre la Avenida de su nombre tampoco resulta muy atrayente, que digamos.

La estatua del Licenciado Miguel José Sanz que ahora se alza, con toda justicia, en virtud de sus méritos, presidiendo la entrada del Colegio de Abogados, es una de esas estatuas de destino enderezado. Por largos años estuvo tirada en uno de los patios enderezado. Por largos años estuvo tirada en uno de los patios de la Universidad, donde en muchas ocasiones sirvió para “encaramarse” a oír a Jóvito Villalba, al “mono” González y a muchos de los estudiantes fogosos de 1936 y 37 cuando se mitineaba allí en redondo. 
Durante el gobierno del Gral. Medina un grupo de abogados la rescató de los menesteres y se inauguró en el Patio del Palacio de Justicia, con discursos que algo tuvieron de  desagravio. Una de las frecuentes reparaciones desplazó de nuevo al Licenciado Sanz, que ahora encontró su “final feliz” y digno.

Sin embargo, cuando una gringa rubicunda, de esas que vienen para conocer el Humboldt, se para frente a esta estatua, nada le dice que se trata de las Ordenanzas de Caracas, del ilustre jurista que fue herido en la Batalla de Urica y murió más tarde en Maturín. Apenas una palabra; Sanz. Mientras que el escultor cuenta con mayores especificaciones: “Cav. Prof. Pietro Ceccarelli”. De tal manera que no tendrá nada de raro que una turista enterada se refiera alguna vez a “la estatua del Profesor Ceccarelli” vista por ella en su recorrido caraqueño.

Pero si bien no ha sido Caracas propicia en estatuas al reconocimiento de nuestros grandes héroes, tampoco lo ha sido para la consagración de los déspotas, y valga lo uno por lo otro. 

En toda nuestra historia el único gobernante que ha sido capaz de levantarse estatuas en vida fue Guzmán Blanco. El mismo General Gómez cuéntese que protestó cuando alguien propuso erigirle una a Don Cornelio, como alguien llamaba a su padre. López Contreras no solo se opuso a estatuas, sino aún a que le pusieran su nombre a un hospital.

Guzmán Blanco, en cambio, se pirraba por una estatua o por una representación cualquiera de sí mismo. Es fama que en Santa Teresa se encuentra con arreos de Evangelista y que se hizo reproducir otras veces. En Caracas se hizo erigir dos estatuas: una frente  a la Universidad, a la cual la gente distinguía comúnmente con el poco noble cognomento de “manganzón”. Y otra en el Calvario a la cual pusieron “Saludante” en atención al gesto y por consecuencia con la división de las estatuas, en estricta definición de diccionario, entre “ecuestre, orante, sedente, yacente”. Estas estatuas de Guzmán, fueron víctimas de la ira popular en 1878, arrastradas entre gritos, imprecaciones, escupitajos e insultos. Fueron respuestas años más tarde, cuando el “Ilustre Americano” reconquistó el poder. Y luego vueltas a derribar en 1889 como lección de los futuros déspotas que son otras las obras que dan derecho a permanecer en bronce o mármol en una plaza caraqueña.

No fueron estas las únicas estatuas que la megalomanía de Guzmán hizo erigir. También en Valencia – nos cuenta Enrique Bernardo Núñez- tenía Guzmán estatua. Por cierto que estaba en la placita de San Francisco, donde operaba como médico de almas un curita llamado Lorenzo que no le tenía muy buena voluntad. Y que muchas veces  había dicho- y repetido- que con esa estatua fundiría  él las campanas de San Francisco, de muy buen bronce. Y desde entonces a Guzmán no se le vió en el Pasaje Valenciano: suena en los repiques y dobla con los muertos. 
El Gral. “Turugo” tuvo unas ganas locas de hacerse algunas estatuas. Pocos días después de la  caída del “hamponato” un cable anunció que en un puerto italiano se encontraban bustos del dictador en número de 60 y  que no se sabía qué hacer con ellos. Nadie los reclamó. Tal vez Laureanito, o Cedillo, fueron los autores de esta producción masiva que ahora “yace” en alguna aduana europea sin destinatario ni remitente.

Miranda se yergue ante los depósitos del Aseo Urbano. Sus restos son
esperando en El Panteón, su nombre está grabado en el Arco del Triunfo pero en su Patria,
a demás de precursor, es un abandonado.

Las estatuas, como los seres vivos, a veces tienen destinos injustos. Pero otras constituyen lección permanente, alerta firme.     

Por Ana Luisa Llovera
Fotos: Noguerita

viernes, 8 de julio de 2016

Vito Modesto Franklin, Duque de Roca Negras

Recordando al Duque en el 449 aniversario de Caracas 
Por Aquiles Nazoa

Ya va para veinte años que Aquiles Nazoa, entonces en sus comienzos literarios, hizo la siguiente evocación de Víctor Modesto Franklin, el famoso personaje que ha pasado a la historia de Santiago de León con el remoquete o titulo de duque de Roca Negras. Nazoa aprisionó en esta biografía el ambiente de aquella época, el proceso de creación de esta figura, de la cual se deriva el modismo de tan diversas aplicaciones como el de "Vitoco", "Vitoquismo".


Caracas fue suya por 10 años

La vida pintoresca de Vito Modest Franklin, Duque de Roca Negras y Príncipe de Austrasia, cautivo de la fantástica princesa Piperacine Midy. Caletero en la Guaira. Jugador afortunado. Seminarista. Tramitador de hipotecas. Trotamundos. Arbitro de la elegancia. Obcecado por sueños de grandeza. Amó fervorosamente a Carmen Flores y por ella estuvo a punto de batirse con Enrique de Borbón.

Cuando algún curioso escritor resuelva hacer la biografía pintoresca de Caracas, tendrá que comenzar por el Avila, con su Galipán florido y sus burritos cargados de claveles. Luego tendrá nuestro escritor que dedicarle un capítulo a Cenizo, el perro bohemio, amigo de los poetas del 20 y trasnochado huésped de la Plaza Bolívar, a la vera de cuyos rosales amaneció plácidamente muerto un día de diciembre. Un capítulo vendrá después en esa frívola historia; un romántico capítulo de cuya extravagante verdad dudarán muchos porque con sus esplendorosas noches de teatro, sus carnavalescas lluvias de bombones, sus amores, sus blasonas inverosímiles y sus sueños de grandeza, caídos todos de una vez como torres de arena, parecerá más bien arrancado a alguna novela del romanticismo decadente del novecientos. Y este capítulo será el que trate de la aventurera vida de Vito Modesto Franklin, Duque de Roca negras y Príncipe de Asustrasia.

¡De dónde había salido aquel aristocrático personaje de orgullosos ademanes y prestigiosa elegancia? ah, si ustedes lo hubieran visto pasearse con paso seguro por las calles de Caracas y saludar discretamente  con su diestra enguantada de gris a los pocos transeúntes que le merecían ese honor y pararse por las tardes junto a los barandales de la Plaza Bolívar, con la mirada perdida entre los árboles: aquella mirada suya que aparecía más grave y displicente cuando se calaba los lentes para seguir el paso de alguna mujer. Era de alta estatura y lucía más arrogante y esbelto entre la refinada  elegancia de sus trajes, Porque el Duque vestía de exquisita y extraña manera, gusto daba verle en las mañanas primorosamente modelado en un traje de paño verde, y sobre el pecho que se erguía como proa, la ondulante corbata de seda verde lino armonizado sus pálidos reflejos con las luces cambiantes del enorme diamante que la sujetaba. O por las tardes, vestido de claros grises, en el anular una esmeralda coronada de plata y un clavel muriendo en el ojal. Pero era por las noches, ataviado de pontificial morado o azules de madia noche, cuando aparecía como nimbado de leyenda, solo en un palco del viejo Olimpia, adornado expresamente para él con crisantemos de invernaderos, orquídeas de montaña o aristocráticas rosas encendidas. Cuando morían las primeras luces para comenzar la función, la mano del duque apoyada tranquilamente en el balconcillo, dejaba asomar las tres bellotas de oro de la finísima esclava que le ceñía la muñeca derecha.
-Esta esclava, amigos míos  -afirmaba el duque-, no es tal esclava. Esta es la faja merovingia que usaba el rey Clodoveo; y las tres bellotas que son los tres infantes de Borbón que aquí los llevo- y agitaba orgullosamente la mano.
Opacos y sudorosos fueron los días de juventud de Vito Modesto Franklin. Caletero de los sórdidos muelles de La Guaira, primero: diestro jugador después y preso más tarde. Su vida de aventura comienza a los 19 años, cuando Rodulfo, amigo de su infancia, lo lleva a El Gato Negro, famosa posada y garito que ostentaba su prestigio de posada en este curioso anuncio:
¡Es "El Gato", en verdad un Paraíso!
¡Allí el talento del mondongo brilla:
La gracia virginal de la morcilla (sic)
La sublime elocuencia del chorizo!
                                                               (La Estudiantina,19-3-87)

y que ostentaba también, pero sin anunciarlo, su prestigio de garito en que se hacían las mayores paradas de La Guaira. Allí se adiestró Franklin en el arte de "Colear paradas", "peinar" y "preparar" dados, y no huno nadie más fino que él, ni más afortunado en el riesgoso oficio del juego. Creció su fama de jugador y pareja con ella creció su fortuna. Y de sus turbios manejos surgió una noche el trágico accidente que habría de ampliar más tarde los horizontes de su vida de jugador: esa tragedia en la que resultó accidentalmente muerto por él, de un tiro de revólver, su amigo Rodulfo, lo llevó a la cárcel por tres años. Salido de presión, se dio a viajar por todos los centros de juegos de Centro y Sur América, regresando años más tarde, después de haber desbancado en Panamá, La Habana y Buenos Aíres. Pero Franklin se sentía solo; y agotado tal vez de su agitado vivir, acogiese a la tranquilidad sombra de un seminario. Y entre ayunos y oraciones transcurrió lo mejor de su juventud. A punto de tonsurarse ya, se descubrió que había un muerto en el lejano pasado; y aquel hombre caído en el garito del "Cardonal" se interpuso entre el seminarista Franklin y su primera misa. Truncada así esta ilusión de su vida, se internó en los campos mirandinos de Barlovento y Rio Chico, donde su función de mediador y tramitador de hipotecas, compras y ventas de inmuebles, aumentó su fortuna. Volvió entonces a su Guaira natal y de allí después de un romance sin  éxito con la viuda de Cipriano Rodríguez, embarcó para España.

Franklin ha llegado a la alegre Madrid de 1916 y es el paseo El Retiro al pasar aparatoso del real carruaje de Alfonso XIII donde comienza a definirse su verdadera vocación. Ya no piensa en desbancar grandes mesas ni en decir sermones. Su mente se ha afiebrado por un dorado sueño de grandeza y ya este sueño no le abandonará jamás. Se dejó crecer grandes patillas: dignificó sus ademanes y sus gestos desde entonces fueron cortesanos y galantes: sus mejillas lucieron más frescas bajo el rosa leve del carmín y su rostro todo al que se adherían discretamente los polvos de arroz, cobraba una exquisita palidez de rostro infantil. Varios miles de pesetas en exóticos trajes diseñados por él, complementaron su rara hermosura. Porque aquel renovado Vito Modesto Franklin resultaba extrañamente hermoso, y cuando en 1921 regresó a Caracas, pocos días bastaron para que fuese suya la atención de toda la ciudad. No había pasado la admiración del primer encuentro con aquel "arbiter elegantiarun" tropical, una nueva ocurrencia vino a aumentar la apasionada curiosidad pública que su persona suscitaba. Un buen día amaneció nuestro Franklin con el resonante titulo de Duque de Roca Negras. El miércoles de ceniza de 1922, muy por la mañana, irrumpió en la redacción de "El Heraldo" y con altivo gesto y triunfante sonrisa, desplegó ante los ojos incrédulos del redactor de turno, un viejo pergamino sellado en lacres y con gallardo tono de voz, explicó el contenido de aquel  enrevesado documento.

He aquí, amigo mío, que la sangre  azul de las Españas florece entre mis venas. Este pergamino es el documento público por el cual  se da cuenta en mi rancio abolengo, y consta en él que el año de gracia de 1821, Su Majestad el Rey Fernando VII declaró a doña Felipa Montes, heredera de Hernán Tigifredo, Duque de Roca Negras, con derecho a disponer del condado de Pontevedra los ducados de Roca Negras, Cantabria y Alaba. El de Cantabria pertenecía  al Rey Don Pelayo, primo de Hernán Tigifredo; y el año 60, los señores Joaquín Montes y Felipa Montes, reservan tales nobles derechos con favor de Franklin soy legitimo y primo de Don Pelayo; único heredero, por tanto, de los títulos Roca Negras, cuyo blasón ostenta una roca color betún sobre campo de gules y gulas (sic) y atravesado por dos puñales, símbolo del amor y de la fuerza.

Esta noticia del ducado de Vito Modesto corrió de boca por toda la ciudad; y ya nadie más le llamó doctor Franklin, ni pare Franklin, ni señor Franklin siquiera. Parecía que todos estaban esperando aquel título, para llamarle duque, porque duque, en cierto sentido, era su verdadero título. 

En abril del mismo año debuta en el Teatro Calcaño La Lusitana, famosa coupletista, por cuyo amor imposible estuvo el duque en trance de suicidio. Cada noche, desde su palco solitario, llovían rosas a los pies de la coupletista. Ella, en pago de las galantes ofrendas de flores y de amor popularizó, cantándolo para él en sireé de gala, el couplet "El Duque de Roca Negras", letra de Leo. Con La Lusitana se me fue también una ilusión del duque, ilusión que renació luego, en junio, pero encarada en otra coupletista: Carmen Flores. Y si la Lusitana los trasformó de tan manera, por Carmen Flores estuvo a punto de enloquecer. Carmen debutó en el Olimpia, que era propiedad del duque. Volvieron las flores y las fastuosas noches volvieron. Y de este amor como del otro, cosechó sólo copuplets y canciones. Y ocho días antes de partir Carmen Flores dio una función en honor al duque. Allí´ estaba él, en su palco adornado, una rosa impoluta en el ojal, la corbata muaré despidiendo ondas de luz.

-¡Que hable, que hable el duque!- pedía a gritos la sala entera.
Y él se irguió emocionado, alzó la derecha en que cantaban las bellotas de su esclava y dijo esta cortas palabras:
-¡Señores! Veo y no miro lo que veo.

Una salva de aplausos atronó la sala. Y por el maquillado rostro del duque, rozó una lágrima de gratitud. Terminada la función, se prolongó la fiesta en el camerino de la actriz. Aquella fue una fiesta frívola y apasionada, y hasta extrañamente pagana: pagana, si, porque Carmen Flores, fingiéndose Diosa  de la nobleza, vertió champán en sus labios sobre el ombligo del duque, porque han de saber ustedes que el duque tenía un ombligo de perla nacarina, según él, y algo salido, característica natural según él también, de los legítimos nobles. A los pocos días la fotografía del ombligo del duque era expuesta como joya de valor en el escaparate de la "Bota de Oro". Carmen Flores se marchaba pero él le daría un imborrable recuerdo de su amor, y así fue como una noche, cuando Enrique de Borbón - aquel aventurero primo de Alfonso XIII que seguía apasionado los pasos de Carmen Flores, el duque impidió indignado aquel brindis.

-¡No!- le dijo rojo de ira- No han de rodar los nombres de las señoras por entre copas de taberna.
Borbón aprovechó para teatralizar y le lanzó un guante al rostro.

-Mis padrinos irán a verle mañana- concluyó el español.
Aunque aceptado por el duque, no se efectuó el duelo, pues al día siguiente ya Borbón iba camino a Colombia, siguiendo siempre a la Carmen.

Otro amor que se fue y el duque estaba desolado. No podía resistir la ausencia de su Carmen Flores, y hubiera muerto de melancolía si a mediados de abril de 1923 no recibe aquella carta, aquella famosa carta, en que, desde la lejanía.

La carta contenía un retrato con autógrafo:
"Querido Duque: Tiempo mucho lo que es amor secreto. Estáis ceñido a mi amantísimo corazón (..) y el corsé a mi cintura. Permítidme contar desde hoy con la promesa de vuestra mano. La mía, vuestra fue desde siempre .Beso vuestros pies: Piperacine Midy- Princesa cautiva  de Austrasia-"

Ah, ¡que fiesta dio el duque a sus amigos para celebrar aquel suceso de amor!
Las flores y el champán corrieron como ríos dorados por las mesas de "La Glaciere". Pero la alegría que le trajera aquel misivo fue pronto nublada. Alguien había herido al duque en lo que más caro para él: su elegancia: alguien quería aparecer más guapo y mejor vestido que él. Y ese alguien era Rodolfo Valentino. Y el duque pisoteó el nombre de aquel Narciso falsificado, que carecía de sangre azul, que no tenía como él 1,80 m de estatura, si como él tenía sus curvas apolíneas de ánfora etrusca. -Esos palurdos-declaró el duque para "El Heraldo"- alzan vulgar vocifera a favor de ese macaco que se moriría de envidia ante la delicadeza oliente de uno de mis calcetines!

Para corroborar lo dicho, se hizo una foto nudista y mandó exhibirla en diversos lugares. No se convenció la gente, empero, y el comentario del día era "El hijo de Sheik" por Valentino. Entonces salió  nuestro otoñal Petronio en busca de su princesa. Y en 1925 se paseaba tranquilamente por las calles de Londres, donde, según el "Daily TELEGRAL", LOS TRANSEÚNTES SE DETENÍAN PARA VERLE PASAR, asombrados de su extraordinario parecido con Oscar Wilde. Por el brillante que lucía, en una sortija por la noche y en el imperdible por el día, un joyero francés estando en París en 1926, le ofreció 18.000 francos, que él rechazó. El duque regresó a Caracas tras larga ausencia. Tenía ya cerca de sesenta años, pero representaba cuarenta a lo más. Mucha de aquella popularidad del 22 estaba perdida. El sonaban sí: pero con mayor fuerza sonaba el radio, que recién había llegado al País; y su curiosa figura ya había dejado de ser rareza, para convertirse en otro aspecto del Paisaje caraqueño, como la torre o como la Ceiba de San Francisco. Así lo comprendió él y buscó nuevos caminos, sin abandonar su indumentaria, sus cosméticos, sus lentes ni su ducado, se inició en el mundo de la mecánica y junto con un protegido suyo inventó en 1929 un "avisador de incendios". Listos ya los planos, quiso, para desgracia suya, llevar todo aquello a la práctica. El 6 de diciembre de 1930, una ambulancia conducía al Duque de Roca Negras al hospital Vargas. Minutos antes, la explosión de un bidón que mandó llenar de aire le había quebrado una pierna. La hermosa peluca, comparada en la mejor peluquería de París, fue hallada debajo del Puente Junín. La elegancia había sucumbido. Vito Modesto Franklin, que del accidente salió cojo, ya no era sino un vulgar transeúnte, de sombrero y pantalones largos, como otro cualquiera. A la sombra de su vieja casa de Glorieta, soñando ante aquel montón de papeles y retratos que resumía su vida aventurera,  en el olvido de la ciudad que fue suya por diez años, murió  su excelencia el 17 de julio de 1938. Un estanque de agua clara nos indica el camino de su tumba solitaria.

("Últimas Noticias", 8 de febrero de 1943)
 
 
Vito Modesto Franklin, árbitro de elegancia. 
Foto Publicada en FANTOCHES, el 30 de mayo de 1923
(Reproducción de Agustín Aponte) 

Fuente:
Transcrito por Caracas en retrospectiva
de Crónicas de Caracas 1960

miércoles, 6 de julio de 2016

Alirio Díaz

Alirio Díaz   
Alirio Díaz Leal

Octavo hijo de padres campesinos, nació el 12 de noviembre de 1923 en La Candelaria, caserío caroreño del Estado Lara. De niño demostró aptitudes musicales y una natural curiosidad por la cultura. Allí vivió hasta los dieciséis años, cuando empujado por los deseos de vivir y estudiar en Carora, abandona bruscamente el hogar paterno para continuar estudios de 4º, 5º y 6º grados en la célebre Escuela Federal Graduada "Egidio Montesinos". Es cuando conoce al carismático luchador social y vehemente intelectual y periodista Cecilio Zubillaga Perera, quien será el primero en descubrir la vocación fundamental de Alirio Díaz y quien hasta sus últimos años logró verlo como un artista realizado.

Luego de esos tres años de vida material insoportable el joven Díaz se dirige a la ciudad de Trujillo, en donde va a dar comienzo definitivo a los estudios académicos de la música, propiamente lecciones de Teoría, saxofón y clarinete, bajo la dirección del renombrado maestro, compositor y director de Banda Laudelino Mejías. Para éste y otras personalidades trujillanas, lleva cartas de recomendación de parte de Don Cecilio, cartas en las que el sabio caroreño decreta el porvenir artístico de Alirio. En ese entonces, para ganarse el pan el joven tiene que aprender nuevas profesiones: tipografía, mecanografía, inglés, corrector de pruebas periodísticas, guitarrista popular acompañante en Radio Trujillo y saxofonista en la Banda del Estado.

Siempre obedeciendo a los mandatos espirituales de Don Cecilio, con su guitarra, sus libros y sus profesiones, viaja a Caracas en septiembre de 1945, donde descubrirá las bases definitivas de su porvenir de músico.

Al ingresar a la Escuela Superior de Música "José Angel Lamas" tendrá como ductores a los maestros Pedro A. Ramos en Teoría y Solfeo, Juan Bautista Plaza de Historia y Estética de la Música, Raúl Borges de Guitarra, Vicente Emilio Sojo y Primo Moschini en Armonía. Como ejecutante de clarinete es acogido en las filas de la Banda Marcial que dirigía el maestro Pedro Elías Gutiérrez y el maestro Sojo lo incorpora en la fila de los tenores del mejor coro que ha tenido Venezuela, el memorable Orfeón Lamas . Pero su modus vivendi quedó resuelto cuando los músicos populares de la esquina de la Torre y de la magnífica orquesta de César Viera en la Radio Tropical lo llaman para trabajos profesionales, a lo cual se añadió un pequeño subsidio que, gracias al maestro Sojo, le fue otorgado por el Ministerio de Educación Nacional.

1950 es el año de gracia para Alirio Díaz; es cuando se da a conocer mediante repetidos y brillantes recitales tanto radiales como privados y públicos. Memorables sus primeras presentaciones en la sede de la "Lamas", en la Biblioteca Nacional de Caracas -el 12 de febrero de 1950- y poco después en los Ateneos de Valencia, Barquisimeto y Trujillo de los que obtuvo magníficas críticas de parte de Eduardo Lira Espejo, Eduardo Feo Calcaño y Sergio Baudo. Ya desde entonces interpretaba en la guitarra lo mejor de su repertorio, incluyendo las obras de los más notables maestros venezolanos como Borges, Sojo y Lauro. Mención especial merece igualmente su participación en el gran concierto que se celebró en mayo de 1950 en la Escuela Superior de Música dedicado a Juan Sebastián Bach. Se trataba de la conmemoración del bicentenario de la muerte del grande músico alemán en la que Alirio Díaz se distinguió con una memorable interpretación de la célebre Chacona de Bach.

En julio de ese año concluyen los estudios del joven músico venezolano, y es entonces cuando proyecta viajar a Europa para un consiguiente post-grado artístico. Serán dos personalidades a ocuparse del asunto, el pintor venezolano Clemente Pimentel y el crítico musical chileno Eduardo Lira Espejo, y poco después un nutrido grupo de figuras representativas de la cultura venezolana el Ministerio de Educación Nacional respondió aprobando la concesión de un subsidio para Alirio. Para noviembre ya se encuentra en Madrid, en donde ya en el Conservatorio de Música y Declamación es acogido por el célebre compositor y guitarrista Regino Sainz de la Maza. Mientras realiza sus estudios ocupa un precioso espacio de tiempo para efectuar recitales -siempre con éxito extraordinario- en los más importantes centros de cultura española: Ateneo de Madrid, Teatro Español, Palacio de la Música de Barcelona, la Alhambra de Granada, Teatro Principal de Valencia. Estrecha relaciones amistosas con intelectuales y músicos (Gerardo Piego, Joaquín Rodrigo, Moreno Torroba, García Nieto, Narciso Yépez, Emilio Pujol, Daniel Fortea, Eugenia Serrano, Federico Monpou, Xavier Montsalvage, Joaquín Achucarro.

A mediados de 1951 emprende viaje a Italia siempre con la inquietud del perfeccionamiento. Italia viene a ser el espacio ideal para la total proyección de su personalidad. Al enterarse de que la más eminente figura de la guitarra y una de las más ilustres de la música a lo largo del siglo XX era y seguía siéndolo Andrés Segovia, había emprendido una nueva actividad artística en Siena, como eran sus cursos de alto perfeccionamiento en las aulas de la célebre Academia  Musical Chigiana de aquella ciudad, el joven virtuoso venezolano decide participar en tales cursos. No titubeó el gran maestro desde apenas lo conoce y lo oye en aclamarlo como el mejor de los estudiantes que habían desfilado por la Academia, lo cual equivalía a considerarlo como la mejor promesa de la guitarra en el mundo. En efecto un par de años más tarde Alirio llega a ser no sólo el discípulo del maestro sino su asistente y sustituto en la propia Academia Chigiana.

Bajos tales auspicios artísticos se expanden sus actuaciones por toda la República Italiana, a la cual contribuyen de modo determinante sus amigos, mecenas y colegas del arte musical. Y no están ausentes sus más admirados autores venezolanos: Borges, Sojo y Plaza. Casualmente fue este último quien por primera vez lo presentó formalmente al gran público de Roma en un brillante recital  auspiciado por el embajador venezolano Alberto Arvelo Torrealba. Descubriendo en Italia una segunda patria desde allá viaja por todo el continente europeo siempre por motivos inherentes a la profesión artística. Son ininterrumpidas sus peregrinaciones por los cinco continentes por donde aparece actuando, como solista y con grupos sinfónicos bajo la dirección de renombrados directores como Celibidache, Stokowsky, Estévez, Kostelanez, Frubek, Iturbi, entre otros.

Durante estas actividades Alirio fue tomando conciencia del alto valor de las manifestaciones musicales populares, y siguiendo las huellas de Vicente Emilio Sojo, en sus viajes a Venezuela dedicaba gran parte de su tiempo a la recopilación de cantos de origen popular, muchos de los cuales, luego de cuidadosas armonizaciones guitarrísticas eran -y siguen siéndolo- interpretadas ante públicos de todo el mundo. De las mismas quedan ediciones y grabaciones discográficas, fruto de estas experiencias. Dignos de resaltarse son las investigaciones realizadas desde un punto de vida crítico, analítico y musicológico sobre el mismo argumento popular, gran parte de los cuales publicó en su libro Música en la vida y lucha del pueblo venezolano yen diversos periódicos y revistas venezolanas. Buena parte de estos trabajos están también reflejados en su obra autobiográfica Al divisar el humo de la aldea nativa.
 
Fuente: http://www.aliriodiaz.org/biografia.htm

Alirio Díaz, el músico que declaró su amor a la guitarra
El Nacional
6-7-16

A los 92 años de edad falleció ayer en la tarde en la ciudad de Roma el guitarrista Alirio Díaz, uno de los más importantes ejecutantes del instrumento. Desde hace varios años el músico estaba residenciado en la capital italiana.

“Mi segunda patria es Italia”, dijo en 2009 en una entrevista publicada por el portal Letralia. Según el diario El Caroreño, la noticia fue dada por Isabel Díaz, hija del guitarrista. “Informo penosamente que mi padre acaba de unirse al mundo celestial”, escribió en un mensaje a sus familiares en el estado Lara.

El ministro de Cultura Freddy Ñáñez aseguró a través de su cuenta en Twitter que el artista será enterrado en Venezuela. “La última voluntad del maestro será cumplida: será enterrado en Carora su tierra natal. Alirio Díaz nos deja. Sentido pésame guitarra”, aseguró en la red social. No se descarta tampoco que les exequias se realicen en el país.

Nacido el 12 de noviembre de 1923 en La Candelaria, caserío del estado Lara, desde joven se vinculó con la música; por eso, a los 16 años de edad dejó atrás el hogar para buscar la cultura musical de Carora, mientras sus hermanos se fueron a Maracaibo con la esperanza de adentrarse en las promesas de riqueza que ofrecía el petróleo.

En Trujillo estudió clarinete y saxofón con Laudelino Mejías.  En 1945 viajó a Caracas, donde es alumno de la  Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, institución en la que tiene a profesores como Juan Bautista Plaza y Vicente Emilio Sojo. En sus inicios en el clarinete logró destacar, incluso fue miembro de la Banda Marcial que dirigía Pedro Elías Gutiérrez. Sin embargo, fue la guitarra con la que cobró notoriedad, no solo en Venezuela, sino en el extranjero. Se presentó como solista y en grupos sinfónicos con directores como Leopold Stokowski y Andre Kostelanetz. En Italia formó parte de los cursos de perfeccionamiento que impartía Andrés Segovia en la Academia  Musical Chigiana de la provincia de Siena.

También publicó libros como Música en la vida y lucha del pueblo venezolano y Al divisar el humo de la aldea nativa: memorias de infancia y adolescencia. Entre las interpretaciones más conocidas de Díaz están “El diablo suelto” de Heraclio Fernández y el “Seis por derecho” de Antonio Lauro, otro de los discípulos de Vicente Emilio Sojo, al igual que Inocente Carreño, que murió la semana pasada.  En 1963 en entrevista a El Nacional dijo: “Amo intensamente a la guitarra, por algo tiene forma de mujer”.

Para Aquiles Báez, Díaz deja un legado importante para todos los guitarristas clásicos. “Hay un disco que se convirtió en mi biblia a los 12 años de edad. Es Recital criollo que dio un viraje a la música entonces. Es el gran heredero de Andrés Segovia, de quien fue su alumno predilecto. En su momento, su forma de tocar cambió muchas cosas; además, siempre se esforzó por incluir en su repertorio temas venezolanos de compositores como Inocente Carreño, Antonio Lauro, Moisés Moleiro y Manuel Enrique Pérez Díaz. Muchas de sus obras se conocen afuera gracias a él. Estas noticias lo golpean a uno. Se empiezan a ir los referentes”.