domingo, 23 de junio de 2013

Caracas Monumental 1944

Tejados románticos de ayer observan con callada timidez
la altura magnifica y desconcertante del macizo granítico
( Edificio Phelps) 
" La Ciudad es la prolongación de los hombres y el límite de los paisajes.  La Ciudad acobarda, arrebata, enaltece o destruye. Es un libro perennemente abierto, escrito en hojas de sangre y del espíritu, al resplandor de la esperanza.

Cuando el corazón de la ciudad palpita, por el aire escapa  una bandada henchida de armonía gótica.
Secos los arroyos, las quebradas turbias, enfermo el río, la raíz fluvial de la ciudad despliega  sus alas en las fuentes luminosas;  pero sólo el murmullo se abandona al viento, mientras el agua suelta lirios efímeros.

Cuánta huella de leyenda desaparece bajo del asfalto  inexpresivo, en estas calles alumbradas  por bocinazos y pregones clamorosos. Las esquinas,  cruce de emociones, lugar de atropellamiento sin excusas y recodo para citas impacientes, han perdido su gracia típica de regazo familiar, regazo de la provincia solariega, porque en las esquinas de los pueblos todavía se   difama, se gloria; es decir, se teatralizan maliciosamente todos los dramas públicos o íntimos.

La ciudad descansa, se conmueve, sobre un valle de apamates y acacias, Los cerros la ciñen vigorosamente,  como un amante hambriento. Tímida, con ilusión de adolescencia,  la niebla abre su sombrilla de encaje en las colinas, pero no baja hasta la ciudad  bulliciosa.  ¿Tendrá miedo de los tranvías, del acecho de los hombres, de sí misma?
Puentes ornados con escudos y frisos utilizados entre el fresco panorama de
las urbanizaciones y la ciudad ( Los Caobos) 

¿Quién se recrea hoy en las plazas de la ciudad, escuchando opulentas romanzas de eco mediterráneo y criollos valses  dulzones? ¿Quién aviva alguna promesa sentimental bajo los árboles centenarios, de los parques, cuyas hojas  de cuando en cuando como palabra dicha al azar?
Sofocada de su propio vértigo, la ciudad se fuga hacia las urbanizaciones llenas de pinos fragantes, donde siquiera se escucha el alborozo de los pájaros al amanecer.  Mientras tanto, el pueblo llega desde el llano, la montaña y la costa.  Ha bajado sus roídas velas en los flancos de los cerros, porque la altura, como la fe, es patrimonio suyo, eterno. El pueblo persigue con los ojos de fervor.


El Tiempo Monumental

Pronto será un recuerdo nada más - ¿o lo es hace mucho tiempo? -, en páginas y relatos multicolores, la ciudad austera y clara, arrebujada en el espíritu colonial, ornamentada con aleros  florecidos y ventanas de intrigante celosías.

La  ciudad se despoja de  toda su sombra recóndita;  la entrega a la acción, al progreso. La ciudad despierta otra vez, entre el humo de la industria, desde sus propias raíces de tradición.
La arquitectura moderna imprime a la ciudad un aspecto de poderosa elegancia. Armazones de hormigón, monstruos  de hierro y cemento, levanta vertiginosamente la mágica ingeniería. En el corazón de la ciudad, los hombres pierden tamaño en contraste con los pétreos edificios; pero ganan, al mismo tiempo, en revelación de empuje civilizador. Al mecanizarse, el horizonte humano confía al tiempo su destino.  
Contra la limpidez del cielo se asoma la piedra reducida a una dura expresión
mecánica por la civilización infatigable
( Edificio Las Américas )  

El movimiento de reurbanización comienza, en el propio corazón de la  ciudad,
congestionado por el trafico y los cables
( Edificio Veroes)  
La ciudad como toda juventud,  es optimista de su urbanismo creciente.  Las vetusta paredes de ladrillos, con toda su carga de consejas y fábulas, se derrumban en plena urbe,  con esa resignación  de toda madurez saturada de tiempo.  Los trepidantes barreros horadan la tierra, cansada de ladrillos y tejas,  mientras las estragadas mezcladoras arrojan los cimientos   para la colmena granítica y límpida. En las fachadas, esculturas desnudas de agricultores  que sostienen la hoz, el rastrillo y los frutos de optima cosecha, recuerdan al pueblo la inquebrantable esperanza de la época; más en otros edificios, son los señores héroes de la nacionalidad  los que representan, ante ese mismo pueblo, la viva virtud ciudadana.

Vestigios coloniales – como el mudo farol del portal y escudo, nostálgico de armas,  en el  frontispicio – agregan a la arquitectura moderna la sobriedad de la civilización, frisos, pilares, arcadas, cornisas, en reminiscencia colonial, simplifican las líneas de las nuevas construcciones en la ciudad.  En las quintas  residenciales, confortables e imponentes en su geometría de paredes, pisos,  y habitaciones, aquellos mismos detalles resaltan tanto como la propia belleza del nuevo estilo.
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En las plaza, la escultura indígena valoriza la deuda que la ciudad tiene contraída con los indios, cuya sangre corre impetuosa por sus venas, pero a quienes no conoce, porque los aborígenes tienen miedo de la urbe y la ciudad tiene miedo de los aborígenes. Prefiere pues admirarlos  en grave actitud petrificada.   
La ciudad se expande,  se hincha,  asciende, monumentalmente. 

Fuente: El Farol 1944
Caracas Monumental 

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