Para la ciudad de Caracas, el doctor Montenegro, es el segundo valenciano que se interesa en todo cuanto ella ha experimentado desde que era “una minúscula aldehuela de paja acurrucada junto al Catuche”. Para el doctor Montenegro, la Ciudad de Caracas es la realización de una antigua aspiración que pospuso para atender las dificultades económicas familiares que precisaban de una profesión seria y segura: la medicina, y no de un oficio de sueños: la historia. “El escritor Enrique Bernardo Núñez, que fue el primer cronista de la Ciudad de Caracas, también era nativo de Valencia. El, al igual que yo, se naturalizó caraqueño”.
Nacido en Valencia, estado Carabobo, el 17 de Marzo de 1927, Juan Ernesto Montenegro, desde muy temprana edad vivió en Maracay. Allí estudió la primaria en el colegio Felipe Guevara Rojas de “grato ambiente, como el resto de la ciudad, por la preferencia –y la presencia– del general Juan Vicente Gómez. Maracay era una ciudad sumamente hermosa, amable, agradable; y como fui un muchacho casero, disciplinado, deseoso de rescatar la posición económica que mi familia había perdido paulatinamente; no tuve tiempo para ser revoltoso, contrario a nada. Sí disfruté de la hermosura y tranquilidad de la ciudad”.
Fue la figura del abuelo la que Juan Ernesto Montenegro siempre tuvo presente, pues fue después de su muerte cuando comenzaron los apuros económicos. “Para entonces, la salida era una profesión liberal y eran tres las opciones: medicina, abogacía e ingeniería. Debido a que mi abuelo José Antonio Montenegro había sido médico, ya me era muy familiar esa opción. La excelente biblioteca de él, facilitó en mucho mi decisión”.
En el liceo de Maracay pudo estudiar durante cuatro años gracias a la audacia de pedir, a los 12 años, una audiencia con el gobernador Francisco Linares Alcántara. “Éramos unos catorce los interesados en ingresar al liceo, pero como no había primer año ni dinero suficiente para los sueldos de los profesores, se convino que, entre todos, se reuniera para pagarles. Fue entonces que se me ocurrió hablar con el gobernador y éste becó a cada uno de los niños para que pudiésemos estudiar. Nos asignó unos 40,oo bolívares a cada uno”.
Ya en Caracas, cursó en el Instituto Pedagógico, el preuniversitario que abarcaba un año. “Pasé hasta hambre. Ya la beca de la Gobernación de Aragua no era suficiente. Pero deseaba mucho salir adelante. Eso fue lo que me mantuvo hasta mi ingreso en la Universidad Central de Venezuela en el 44. Allí obtuve el título de Médico Cirujano y después el de Doctor en Ciencias Médicas”.
Siendo estudiante de medicina, asistió al doctor Augusto Pi Suñer en la cátedra de Bioquímica y fue su nombre el que identificó la promoción que integró Juan Ernesto Montenegro. “Desde el segundo año de medicina, laboré en el Instituto de Medicina Experimental, en especial, con el doctor De Venanzi”.
Para la Creole trabajó durante casi dos años en el hospital de Caripito y allí tuvo que recurrir al inglés aprendido durante los años en que había ejercido como guía turístico de Maracay. “Los turistas me preguntaban mucho sobre Gómez y no era mucho lo que yo sabía sobre él. En todo caso, era favorable mi imagen sobre Gómez, ya que, en dos ocasiones, estando cerca de la Catedral, en la calle Bolívar, al saludarlo me había tirado un fuerte y eso, para un niño de entonces, era una cantidad más que razonable”.
Después de la escuela de medicina de Caripito, Juan Ernesto Montenegro, regresó nuevamente al Instituto de Medicina Experimental pero, al poco tiempo, fue clausurada la universidad y tuvo que volver a Caripito. “Era 1952, el mismo año en que el coronel Marco Pérez Jiménez inició su dictadura. Ya había contraído matrimonio y era padre de una niña”.
A su retorno a Caracas, laboró en el Hospital Universitario donde permaneció hasta su nombramiento como Cronista de la Ciudad de Caracas. “Fui decano de la Facultad de Medicina pero, ante todo, docente; guía de muchos nuevos profesionales de la salud. Pero, Caracas me seduce más, me asombra día a día con todo y la tristeza que en ella es palpable en miles de personas que, alucinadas por sus brillos, se refugian en una escondida quebrada o en un cerro de donde salen los niños a borbotones y con ellos las necesidades. Caracas sigue siendo una ciudad bella. Lo es en su centro con las pocas y amadas reliquias que sobreviven en el cuadrilátero histórico y lo es también en las arboladas urbanizaciones que se han desparramado hacia el este con alarde de jardines y la audacia de sus indagaciones arquitectónicas. Aunque carezca de las grandes avenidas y paseos de las ciudades imperiales, Caracas impresiona al viajero y luego lo seduce. Con su rápido crecimiento y sus urgencias, en algunos sitios nos muestra la cara sucia de las improvisaciones y la pobreza de la marginalidad que no está oculta como en otras ciudades, sino siempre visible en lo alto de los cerros, en permanente evidencia, como para que jamás olvidemos que sus habitantes requieren la constante atención de los organismos oficiales y del resto de la ciudadanía”.
Como Cronista, el doctor Montenegro, es responsable de los documentos que hablan de la historia de la Ciudad de Caracas y batalla por buscarles un espacio apropiado e introducir la tecnología más avanzada para su preservación efectiva. “Al comenzar a ejercer como Cronista, sólo contaba con un paleógrafo y una secretaria, y de inmediato solicité una lupa, una escalera para poder tener acceso a todos los anaqueles, una lámpara para poder leer con cierta facilidad los viejos papeles y un mapa de Caracas. De todo, sólo llegó la lámpara y la escalera. La lupa la traje de mi casa. Esto ocurre porque se desconoce que en el pasado están muchas de las respuestas a lo que acontece en la actualidad. Se menosprecia el pasado al tiempo que se aprecia en demasía el presente”.
Es preciso, ciertamente, que el Estado ponga a disposición del Cronista de la Ciudad de Caracas –y de todas las ciudades del país–, los recursos necesarios y suficientes para el adecuado desempeño de sus funciones; pero la acción de organizaciones no gubernamentales y aún de particulares, es del todo necesaria.
Aspira el doctor Montenegro microfilmar en su totalidad el archivo histórico y efectuarle periódicamente un tratamiento antiparasitario, seguir registrando cronológicamente y por contenido los documentos del siglo XIX, adelantar las investigaciones sobre las cárceles de la Colonia y los orígenes de la Casa Amarilla, extractar las Actas del Cabildo, continuar en el rescate de los documentos extraviados desde hace años, elaborar trabajos sobre la historia, las tradiciones y las costumbres caraqueñas para su publicación, regularizar la circulación de la revista Crónica de Caracas y supervisar frecuentemente monumentos patrimoniales como las iglesias y plazas de San José, Las Mercedes y Altagracia, y los puentes Anauco, Las Canoas, Yánez, Santa Inés, Casacoima y El Guanábano, éste último desplazado por El Metro de Caracas cuando de saltar al vacío se trata.
Caracas, 1990
Nota: Fallece en 1998, en la Ciudad de Caracas.
Fuente: UCV
El Dr. Montenegro fue decano de la Facultad de Medicina durante poco tiempo, cuando la intervención del gobierno en la UCV. Donó el salario mensual a la biblioteca del Instituto de Medicina Experimental. No era hombre de grandes fortunas, tal como lo describe la nota.
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