Todo el que siente curiosidad por darle un significado a la vida
se ha preguntado al menos una vez por el sentido del lugar
y el momento en que ha nacido ¿Qué significa que yo
haya nacido en tal fecha en tal rincón del mundo?
Orhan Pamuk, Estambul
Quisiera adentrarme en una mirada capaz de lanzarme hacia personas, objetos y paisajes; sonoridades, redes de analogía, sensibilidad y comprensión. Mirada, luego las odiosas etiquetas: periodística por pretender el apunte de un hecho, registrar y mostrar las aventuras que marcan toda vida. Lo que podría ser literario estaría en el lenguaje que traduce la mirada y las palabras elegidas para darle cuerpo a la escena por retratar, procedimiento similar al del pintor detenido durante horas ante una colina o un muro al borde del derrumbe: contempla, capta matices, colores, escucha lo que le va diciendo el paisaje: entra en relación y da la pincelada, ráfaga de tinta sobre la hoja, transmutación de lo real en imagen, percepción marginal del instante. La escritura sería derivación y expresión de un ojo que desea y retrata, retiene y expulsa.
Propongo un recorrido por la ciudad. Elijo sitios por azar y gusto. Hago un mapa de lugares para retratar. Empiezo por el Oeste y voy moviéndome en desorden. La avenida Morán: tramo fino de carretera, cerro de un lado, abismo del otro, caminos de monte y basurales derramados cuando llueve. Plaza Pérez Bonalde: pensiones, peluquerías, tabernitas, refugio de inmigrantes de varias nacionalidades, acosados por la nostalgia; detenerse en cualquiera de estas fachadas –cubiertas a veces de amenazantes graffitis, buhoneros y licorerías en las que desde temprano se van agolpando los sedientos por matar el tedio de la tarde o la faena inconclusa– abre infinitas posibilidades de escritura. ¿Qué los arrastra hacia ese lugar y no otro? Mi amigo Yayo Agüero narra una anécdota de la zona. Data de los años sesenta. “Una de las cosas curiosas que ocurría entre Pérez Bonalde y Ciudad tablita, era que las familias del sector se vieron obligadas a identificar sus hogares con un cartelito que decía casa de familia, o familia decente, para diferenciarse de los burdeles que por aquel tiempo comenzaban a proliferar, los cuales eran fácilmente identificables: colocaban al frente un bombillito rojo que se encendía a partir de las seis de la tarde; las señoras más puritanas se persignaban espantadas, adivinando en ello una señal del fin del mundo”. En Caño Amarillo están las peripecias del Gardeliano y sus alrededores. En el Centro, las huellas casi inencontrables de lugares donde se reunían los grupos literarios Viernes y Sardio –este último frecuentaba el café Iruña, situado según Arturo Almandoz de Reducto a Municipal. Las rockolas que sobreviven en una Candelaria en la que vagó Ramos Sucre atiborrado de pastillas para lidiar con el insomnio y Julio Garmendia, tiempo atrás alojado en el Hotel Cervantes de la Avenida Urdaneta, hoy burdel. En Bellas Artes está el Alaska y el Ribot con su cortina de caracoles, dulce entrada a esa boca roja y vallenatera, Farolito local, el paisaje estruendoso se completa con el baño: un canal de concreto podrido para los meaos de cebada, conatos de golpiza, posibles atracos a la salida, fantasmas que bordeando el amanecer piden para un pasaje y desaparecen en un sendero apagado de árboles raquíticos y bombillos a punto de cortocircuito. San Agustín y sus músicos, boxeadores y bohemios de alto calibre. Sabana Grande y las historias desperdigadas por las barras de la Bajada y el Callejón de la puñalada. Las vidas secretas de la UCV. El río Guaire, merecedor de tantas meditaciones, retrato de fracaso y podredumbre sostenida. Los Caobos y sus paredes, altas y mohosas, han visto a perseguidores borrarse en laberintos de árboles. En la Avenida México, justo en la parte de atrás del Liceo Andrés Bello, hay un letrero cubierto de polvo y rastros de pintura. Colocado muy alto, como para no verlo. Dice: calle prof. Dionisio López Orihuela. ¿Quién sería este señor de peculiar nombre? Seguro trabajó en el Liceo donde Ramos Sucre también dio clases. Más arriba, vía San Bernardino, vivió Maja Poljak, nacida en Zagreb y de ascendencia judía. Fue perseguida por el nazismo y eso la obligó a cambiar su apellido de “Pollak” a Poljak, según refiere en un artículo su hijo Vladimir Villegas, tuvo que refugiarse en Italia y luego embarcar hacia Venezuela en los años cuarenta. ¿Contar una vida depende solamente de un asunto expresivo y de géneros periodísticos o literarios? Novela, poesía, crónica. Las opciones parecieran infinitas, los límites sutiles. Tal vez los temas mismos pidan la forma que le sea más provechosa.
Detengo el recorrido para preguntarme qué periódico –o revista– apostaría por un puñado de crónicas, entrevistas y perfiles de personajes incorrectos, salvajes y rabiosos. Gente que no ofrece verdades contundentes sino pliegues angustiantes de las cosas. Nada de famosos. Místicos del desastre ansiosos por ser escuchados, chilenos exiliados que hacen de libreros, vascos anarquistas refugiados en las cuerdas de sus guitarras, gente huyendo de otras vidas que en un instante dejan de estar soterradas: alguien las oye, las percibe. Tipos que pasaron de genios a vagabundos tristes, rayadores de paredes y teléfonos públicos. Músicos ambulantes, seres asqueados del mundo, recogedores de cartones. Utopistas sentimentales, tarotistas que alivian con sus dulces mentiras en bulevares, gente tiroteada por cámaras, teléfonos, o una mirada torcida.
Cuánto tiempo seguirán contenidas en el subsuelo de esta ciudad de techos rotos las historias de tanto vagabundo sin asidero y bicho marginado de la opinión pública. Ellos también son huella y memoria de Caracas. ¿Están fuera de los intereses mediáticos porque son “perdedores”, “fracasados”? Historias fuera de pautas y horarios de oficina. Queda arrastrar el lente del ojo, fijarlo, intentar escribir las vidas secretas y ruinas de una ciudad/isla con 443 años. En los puntos más recónditos de su geografía se alojan muchas de ellas. Juegan a mostrarse y esconderse. Conjugadas intuición e investigación, se podrán ir encontrando. Quizá paseante y reportero, seres ambulantes al fin, puedan juntarse en un solo gesto: registrar con una mirada deseosa por reconocerse en el caos que le tocó vivir. Así, pensando en la Caracas de hoy, no deja de rondarme la frase de Ahmet Rasim que Pamuk usa para abrir las puertas de su Estambul:
“La belleza del paisaje está en su amargura”.
Comparativa de la Esquina de Sociedad a Gradillas. |
Fuente :
Alejandro Sebastiani Verlezza On 30 de Agosto, 2010
@prodavinci
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