jueves, 24 de julio de 2014

Ventanas caraqueñas

En vísperas  a la celebración del cumpleaños 447 de la "Fundación" de Caracas, comparto con ustedes, una serie de artículos  que he ido transcribiendo sobre la Caracas vieja. 

Desde el mirador colonial 
a los ojos nuevos de la ciudad 

“Las ventanas caraqueñas se fugan del paisaje. Apenas si algunas cuantas asoman a las calles altas de la ciudad, dónde todavía resta un poco de tradición, en los sitios que no ha llegado la piqueta iconoclasta y los edificios nuevos no se proyectan hacía lo alto, aventados en una angustiosa, desesperada persecución de espacio. 

Las ventanas caraqueñas asoman hoy sus ojos en una nueva fisonomía de la ciudad. Y son diferentes de las anteriores. Estas no tienen altos, elevados balaustres, ni rematan en decantadas volutas o arcos de medio punto. Como también ríen picarescamente tras la gracia escondida de las romanillas,  que antaño les prestaran su precisa dosis de intriga y espectación.   
Hoy los postigos no son párpados cerrados a la curiosidad ciudadana, sino cristales abiertos a los ojos de la ciudad. Por ellos entra el mundo a los apacibles valles interiores como las pupilas que velaban tras la romanilla se asomaban en otras épocas a la muda contemplación del mundo, coronadas, acaso, por un sabio monólogo interior. 

Hoy las ventanas caraqueñas se fugan hacía el desván de los recuerdos, donde hay un marco más propicio para su anhelo de inmensa, definitiva espectación, y se queda viviendo, perennemente ansiosas, al lado de los retablos obscurecidos, pero situadas en su justo lugar, sobre la cursilería churrigueresca de los dorados y las molduras, entre la pátina venerable, nimbada de tristeza de la pintura de mano esclava, llena de poesía y de dolor. 
Y se velan tras las altas, alfileradas rejas, como lo hacían antaño los ojos chispeantes de las criollas, en los balcones asomados al aire, perdidos también hoy en la distancia del recuerdo  como en una suave penumbra crepuscular.
Las ventanas caraqueñas se fugan del paisaje, se vuelven hacía dentro, y aún quedan, una que otra, decorando las calles, como palabras  sueltas de un lenguaje anterior.      
Ventanas de la Colonia
Imagen aportada a Caracas en retrospectiva S/F

Aportada a CER S/F

Las ventanas coloniales de Caracas, al comienzo, eran unas simples tragaluces, claraboyas que apenas dejaban entrar la luz del sol, abiertas en altos, blancos muros encalados, que desde su altura dejaban resbalar los ojos por sobre las cosas sin mirarlas, y en verdadera función de celosías no permitían que su eco violara el recinto interior. 
Después, al florecer de la Colonia, despuntaron en los muros  verdaderas ventanas, bajo el sombreado reparo de los aleros- hijos de tejares asturianos y extremeños- y se hicieron  aladas las rejas, ante calladas hojas opacas y plegadas  como alas de torcaz. 
Fueron entonces las ventanas  oído abierto a la serenata y a la frase de amor; pero, siguiendo  en su papel de celosías, velaban rejas, postigos y macetas floridas para ocultar entre flores y maderas el resplandor propicio de los ojos luminosos de las criollas, acogedores, cálidos, sabios en las lides galantes, duchos en el mirar. 
Y nacieron los balcones alados, abiertos a los aires, hasta donde llegaba el ruido comercial del piso bajo, las risas sonoras de las jóvenes esclavas que tejían la cocuiza como crinejas rubias, el repicar de cascos de las recuas, cargadas, sudorosas, que volcaban en los graneros las almendras morenas de cacao, la risa blanca y apretujada de las mazorcas. 

Balcones o miradas, los nombraron, hoy podemos llamarlas miradores, pues los que conocemos de las casas antiguas, a lo largo y a lo ancho pueden contemplar los horizontes de la ciudad. Florecieron las rejas andaluzas y reminiscencias moriscas, balcones asomados al aire,  miradas que recordaban minaretes recortados sobre el panorama, definidos en las voces del viento, sobre las altas brisas que circundaban la ciudad. 

Unas y otras se fueron. Sobre esas mismas brisas, ventanas y miradas elevaron su vuelo, y ahora se nos escapan del paisaje, perennemente en fuga, batiendo hacia el recuerdo silencioso sus opacas, desgastadas maderas, cual despegadas alas de torcaz." 
          



Fuente: La data se traspapeló, podría ser de Billiken 1946-1947
Transcrito el artículo, menos el último párrafo que es ilegible.

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