Reverenciar al Guaire
ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
Tomada de ViejaS fotos actuales 1914 El Guaire |
Los cronistas halagaron su belleza cristalina y melodiosa diciendo, como Oviedo y Baños, que era un “hermoso río” que dividía el valle “de Poniente a Oriente, lo atraviesa con sus corrientes, y fecunda con sus aguas”. Mientras Humboldt lo refirió como “risueño valle del Guaire”, más tarde Aquiles Nazoa contaba en una de sus crónicas: “En las orillas del Guaire surgieron los primeros cultivos, las primeras vaquerías, los primeros frutos de trasplante, los primeros trapiches, las primeras curtiembres, las primeras tejas, las primeras maderas de construir y el primero de los caminos reales”.
La literatura se ha encargado de exaltarlo con todo y podredumbre, ha tejido singulares imágenes que engalanan su fealdad y descuido, devolviéndolo envuelto en desgarrado manto de reconocimiento y ternura. Miguel Otero Silva lo tilda de “hilillo pastoso”, “fantasma cochambroso”, “linfa nauseabunda” y “cañada de pantano y excrementos” en su novela Cuando quiero llorar no lloro. Durante los años 80, el Grupo Guaire habló de él como “una miel negra”. William Osuna, su fan mayor, lo humaniza dejando ver su cualidad rebelde al decir en su poema más conocido, “Epopeya del Guaire”: “El río Guaire tiene malos modales, cuando va / en los autobuses nunca le cede el puesto / a las parturientas, se sienta primero que las /damas, / en los entierros grita más alto que / las viudas, dice impertinencias del muerto, cuentos de / los otros ríos”. José Javier Sánchez da cuenta del marginal fasto que lo acompaña en “Tributo al Guaire”: “Condes y virreyes reinan sus márgenes / entre latas, pipas, locura y hambre”
Los gobiernos, por su parte, lo embaúlan, lo convierten en gran cloaca, lo olvidan, lo rescatan a medias y persisten en la promesa que todos anhelamos sea real en un futuro no tan distante.
Sus merodeadores actuales podrían contar historias sórdidas de nuestra ciudad, los de época primigenia (los tarmas, los mariches, los arbacos) se bañaron en él, calmaron su sed, regaron con él sus siembras, le dieron su nombre indígena. Más tarde, en tiempos poco remotos, los habitantes de Caracas pasearon por sus riberas, lavaron ropas en él, enamoraron muchachas y también, en las proximidades resguardadas por la vegetación tupida y bajo la sombra de mangos, chaguaramos y jabillos, se ejercitaron en los vericuetos del amor y el sexo.
Todo esto y más se ha dicho y hecho en torno a nuestro Guaire. En sus adyacencias, se posan las miradas altivas desde altivos edificios, se arremolina el hedor entre ventanas desportilladas de ranchos, se proclaman proyectos que nos urge se concreten. Ojalá.
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